EL HOSPITAL
UNIVERSITARIO
Alcides A. Greca
La
medicina se aprende al lado del enfermo y no en el aula.
Mirar y razonar, comparar y controlar. Pero primero mirar.
Dos
ojos no ven igual la misma cosa ni dos espejos reflejan la misma
imagen.
Permitid que la palabra sea vuestra esclava pero no vuestra
dueña.
Vivid en la clínica.
Sir
William Osler
1849-1919
La tradicional concepción del hospital, tal como lo conocemos
hoy, circunscribe su razón de ser a la asistencia de enfermos.
En distintas etapas históricas, han encontrado cobijo en sus
salas todo tipo de seres humanos que padecían heridas de guerra,
enfermedades infecto-contagiosas, trastornos clínico-quirúrgicos
de todo tipo y enfermedades mentales. En algunos casos, como el
eufemísticamente llamado Hôtel Dieu de París, también fue
refugio de menesterosos.
Desde
que la medicina comenzó a entenderse como una disciplina pasible
de ser transmitida de maestros a discípulos (es decir, desde la
más remota antigüedad), surgió el convencimiento de que era
imposible tal proceso enseñanza-aprendizaje sin recurrir a los
enfermos del hospital. En todas las escuelas médicas del mundo
se instituyó esta práctica y el hospital estuvo siempre cercano
a ellas. Nacieron entonces los hospitales escuela (teaching
hospitals de los anglosajones).
Abraham Flexner (1866-1959) fue tal vez el más ferviente
propulsor del hospital universitario, proponiendo un modelo de
educación médica centrado en el individuo y teniendo como base
fundamental la práctica hospitalaria. Esta concepción de la
educación médica coincidió con el auge y desarrollo de múltiples
especialidades y subespecialidades con la consiguiente
atomización de la medicina.
Las
últimas décadas del siglo XX se caracterizaron por un avance
significativo de la atención ambulatoria, fundamentalmente
basado en la disponibilidad de tecnología aplicable en ese
contexto y de procedimientos quirúrgicos poco invasivos, como
así también de prácticas intervencionistas realizadas con la
ayuda de los cada vez más perfeccionados estudios imagenológicos.
La
nueva realidad sanitaria conllevó el descrédito de la formación
de internistas expertos en práctica hospitalaria (hospitalistas)
en beneficio del surgimiento de profesionales con especial
entrenamiento en medicina ambulatoria. Sin desconocer esta
situación, ni mucho menos propugnar el retorno liso y llano al
modelo flexneriano, es necesario rejerarquizar el rol del
hospital en su relación con la formación de recursos humanos, a
todas luces, los más valiosos de los recursos.
El
paciente internado, de suyo más complejo, requiere en su
análisis un circuito de pensamiento que todo internista debe
desarrollar. El clínico moderno debe tener capacidad para
resolver este tipo de problemas tanto en pacientes en
internación general de un hospital polivalente como en áreas de
cuidados críticos.
Los
sistemas de salud no deberían anclar su mirada en la atención
médica cotidiana y mayoritaria. También es su responsabilidad
bregar por la formación de los mejores médicos, capaces de
resolver problemas complejos, tanto en el terreno de la clínica
como de la cirugía y para ello es esencial la preservación y
jerarquización de los hospitales escuela.
Seguramente, algún funcionario político, a cargo de la
planificación sanitaria, con una visión puramente economicista,
podrá argumentar que este tipo de hospital encarece la atención
médica. Esto tal vez se explique porque los médicos en
formación, al corriente de los más recientes avances
científicos, solicitan estudios o ponen en práctica
procedimientos de mayor costo. Es reconocido en todo el mundo,
sin embargo, que los teaching hospitals practican una
medicina de mejor calidad y que la educación médica en el
hospital es una de las principales responsabilidades del estado.
Y si les cuesta convencerse de esto, habrá que decirles, como
Derek Bok, ex presidente de Harvard University: “Si ustedes
creen que la educación es costosa, prueben con la ignorancia y
la mediocridad”.
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