Información, propaganda y medicina
Prof.
Dr. Alcides Greca
“Le he traído, doctor, este recorte del diario del
domingo, donde se habla de ese nuevo medicamento que cura el
reumatismo.” Podría ser el colesterol, la diabetes, la
hipertensión, el cáncer o cualquier otra enfermedad. “¿Quiere
que se lo deje? Tiene muy buena información.”
El médico, con una mezcla de fastidio y abulia,
tendrá que encontrar las palabras adecuadas para explicar que ya
conoce del asunto, que esa información es engañosa en buena
medida, tendenciosa y cimentada en los dictados inapelables del
marketing. Es probable que el paciente, un tanto incrédulo, se
quede mirándolo y pregunte, poniéndolo entre la espada y la
pared: “¿Y usted está seguro de que no será bueno para mí? A mi
vecina el médico ya se lo recetó.”
Los diarios y las revistas que leemos cotidianamente
están plagados de avisos incitando a recurrir a la ecografía 4D
para tener la primera “foto” del bebé, a hacerse un estudio con
el último avance tecnológico o a concurrir al Instituto de
Medicina Estética que tiene tan buenos precios.
Informar a la comunidad es una función que los
médicos deben cumplir en forma permanente. El consultorio es el
lugar donde se inicia esta tarea docente, donde se hace
verdadera educación sanitaria, advirtiendo acerca de los riesgos
que encierran algunas maneras de vivir y cómo evitarlos. Para
ser eficaz en este aspecto, el médico debe aprender habilidades
para la comunicación (uso adecuado del lenguaje, elocuencia),
asociándolas con cualidades para desarrollar empatía, pilar
fundamental de la relación médico-paciente. Una vez más la tarea
docente y la asistencial, igual que en la formación de grado y
postgrado en Medicina, son un todo indivisible y deben
aprenderse en forma integrada.
La información seria, fundamentada y criteriosa,
debe ser asumida por la Universidad y por las Sociedades
Científicas de las diversas especialidades, como parte
fundamental de su función social. Lamentablemente, la aversión
que muchos profesionales de prestigio y profesores
universitarios han sentido en el pasado por la exposición
pública, transmitiéndola a sus discípulos, han hecho que este
espacio haya sido dejado vacío, para ser ocupado sin demora por
otros colegas técnicamente menos confiables y con pocos
escrúpulos.
Al mismo tiempo, la publicidad parece ir
invadiéndolo todo. La imagen y la apariencia han cobrado en los
últimos tiempos una relevancia creciente en la consideración
social. Cada vez más, aceptamos sus designios, aun cuando
sabemos que encierra un sutil engaño. Queremos creer en el
mensaje que nos da a entender, o nos dice explícitamente, que
ese producto va a asegurarnos el bienestar, la belleza o la
juventud.
La medicina no ha quedado (no podía quedar) al
margen de esta tendencia. Y así la información va poco a poco
siendo reemplazada por la propaganda, con su lógica incitación
al consumo indiscriminado. El paciente llega al consultorio
pidiendo en forma directa la nueva droga o el nuevo estudio y el
médico siente temor de ser desvalorizado por desactualizado si
se niega a la solicitud. Algunas compañías farmacéuticas llegan
a publicitar sus nuevos medicamentos en los medios masivos de
comunicación aun antes que en los ambientes médicos. El efecto
conseguido sobre la población es deliberadamente buscado.
Si pretendemos que la medicina siga siendo un
servicio a la comunidad y no una mercancía más, si queremos que
su costo y sobre todo la relación costo / efectividad y costo /
beneficio la hagan un servicio accesible para todos, deberemos
invertir una parte de nuestro tiempo de consulta para esclarecer
estos aspectos y deberemos utilizar también los medios de
comunicación, desde los ambientes académicos y profesionales
calificados, para que sea la ética y no el mercado lo que rija
la tarea del médico. |