INTERNET EN EL
CONSULTORIO
Alcides A. Greca
En estos
tiempos de acceso universal a la información, nadie se animaría
a cuestionar que tener un ordenador personal en el consultorio
con conexión a Internet, es de enorme utilidad para el médico.
No solamente le permite llevar actualizado su archivo de
historias clínicas casi sin esfuerzo alguno sino además tener la
posibilidad de recibir los resultados de estudios
complementarios en forma instantánea, e incluso ver en pantalla
estudios de imágenes sin moverse del sillón de su escritorio.
Como si
esto fuera poco, también es posible buscar un artículo relevante
en una revista internacional en los escasos minutos que puede
haber entre una consulta y otra. Ni qué decir de las consultas
online que se pueden realizar con expertos de cualquier
parte del mundo remitiéndoles no sólo los datos clínicos y de
laboratorio del caso problema sino también las radiografías,
tomografías y resonancias magnéticas o las imágenes de
histopatología. Todas estas posibilidades que hubieran sido
pensadas como pertenecientes a la órbita de la ciencia ficción
no hace muchos años son hoy una realidad en cualquier
consultorio médico de cualquier ciudad, por pequeña que sea, en
cualquier parte del mundo.
El médico
que utiliza tan poderosa fuente de información y que se ha
familiarizado con ella puede llegar a sentirse dueño de
posibilidades insospechadas cuyo límite no alcanza a visualizar
con claridad. Sin duda, esto le da una seguridad de la que no
disponían los colegas de antaño, que debían confiar mucho más
que nosotros en su capacidad de escuchar, en su sagacidad y en
los datos que les aportaban sus ojos, sus oídos, su olfato o sus
manos bien entrenadas para el examen físico. El médico moderno
se considera con derecho más que válido para creer que hoy se
hace, sin lugar a dudas, una mejor medicina.
Sin
embargo, el arma que nos ha hecho albergar la ilusión de
invulnerabilidad puede en ocasiones dar un giro inesperado y
volverse amenazante en nuestra contra. En el momento menos
pensado se sienta frente a nosotros en el consultorio un
paciente, que siendo internauta experto (acaso mucho más experto
que nosotros), ha buscado en la red frondosa información sobre
sus síntomas, ha formulado un autodiagnóstico y ha examinado en
detalle las distintas alterativas de estudios y tratamientos. No
es infrecuente que nos arroje sobre la mesa distintas cifras,
porcentajes de éxito o de fracaso, con la consiguiente pregunta
implícita o no pocas veces explícita: ¿Está Ud. al tanto de todo
esto, doctor?
Tampoco es
raro que nos pida abiertamente que le solicitemos un estudio
ultramoderno y costosísimo, sobre el cual se dice en Internet,
que es prácticamente infalible. Ya sabe el médico que le llevará
unos cuantos minutos y que deberá apelar a toda su elocuencia
para hacerle entender a este paciente que está convencido de que
conoce bastante de medicina por ser un asiduo navegante en la
red, que todos los estudios son excelentes cuando están bien
indicados, cuando son realizados por operadores competentes e
interpretados por médicos con criterio. Además que no todos los
estudios son para todos los pacientes y que en su caso,
decididamente no es necesario o está contraindicado.
Es difícil
no sentirse incómodo, cuestionado, examinado y puesto entre la
espada y la pared en estos casos y los médicos casi siempre lo
sentimos así. Las respuestas pueden ser de índole variada,
fastidiadas, condescendientes, descalificadoras,
autojustificadoras. El paciente se siente entonces inseguro y
temeroso de que su médico no tenga todos los elementos
necesarios al alcance de la mano para manejar su problema. La
confianza se ve seriamente menguada y con ello el vínculo se
deteriora irremisiblemente.
Fingir un
conocimiento que no se tiene es un hecho, a todas luces,
éticamente muy reprobable. Descalificar la actitud del paciente
de investigar por sí mismo en Internet, en esta época en que
todos acudimos a esta herramienta tan accesible y valiosa, será
interpretado seguramente como una manera de ocultar nuestra
ignorancia o como una resistencia antediluviana a utilizar los
medios que nos brinda el progreso. ¿Cómo proceder, entonces?
¿Cómo mantener a salvo la confianza en nosotros y al mismo
tiempo, aventurarnos a bucear en la red con nuestro paciente?
Me parece
que una aclaración indispensable a formular en estas situaciones
es que Internet es una enorme biblioteca virtual de alcance
planetario y de acceso simplísimo. Carece sin embargo de control
de calidad y por lo tanto, junto a sitios indiscutiblemente
serios, documentados y de irreprochable conducta ética, existen
otros que funcionan como verdaderos pasquines sensacionalistas,
con información sesgada y tendenciosa, casi siempre al servicio
de oscuros intereses. La discriminación entre unos y otros es
sin duda muy difícil cuando no imposible para quien no tiene
conocimientos más o menos profundos en el tema en cuestión.
Aconsejar no navegar solo por Internet, cuando lo que se busca
es información sobre temas médicos, es algo que el paciente
seguramente entenderá y aceptará de buen grado. Ofrecerle
algunos sitios confiables y valiosos para acrecentar sus
conocimientos de modo que puedan ayudarlo en su tratamiento y
recuperación, recurriendo a nuestra ayuda a través de una
oportuna pregunta, también tendrá un efecto muy tranquilizador y
sin duda terapéutico.
Es
importante que en este consejo, el médico se circunscriba a
sitios que brinden información para la comunidad (es decir, no
exclusivamente para médicos), que los hay y muy buenos. La
confianza del paciente en su médico se verá reforzada y el
médico sentirá que en la demanda de su paciente no existe un
brutal cuestionamiento a su capacidad profesional sino una forma
sofisticada, moderna y cibernética, pero tan simple y cargada de
angustia como siempre, de pedido de ayuda. Internet podrá ser
entonces nuevamente un aliado en lugar de convertirse en un
enemigo temible: ¡una cuestión de estrategia! |