MODAS EN MEDICINA
Alcides A. Greca
Se puede engañar a algunos durante algún tiempo, a algunos
incluso, durante todo el tiempo;
se puede engañar a todos durante algún tiempo,
pero es imposible engañar a todos durante todo el tiempo.
Abraham Lincoln (1809-1865)
16° Presidente de los Estados Unidos
Relacionamos la moda con las costumbres, en
particular con el vestir, la forma de conducirse en público, y
hasta los gustos musicales, literarios o estéticos en general.
Sin embargo, la palabra ha sido tomada de la matemática y de la
estadística. Dado un conjunto de datos, se denomina moda a aquél
que se repite con mayor frecuencia. Si dos datos se repiten en
forma pareja, se dice que se trata de un conjunto bimodal y en
cambio, si no hay un dato repetido, ese conjunto será carente de
moda.
Por lo visto, la moda tiene que ver con lo
frecuente, lo reiterado, lo generalizado. En los conjuntos
sociales como en los numéricos existen características que
tienden a hacerse comunes a una gran mayoría de individuos en un
momento determinado. Así por ejemplo, un hombre con sombrero de
ala ancha en nuestra época, sería visto como un hallazgo de
museo, mientras que hace varias décadas nadie consideraba
completo su atuendo sin portar su sombrero. Las modas, que
tienen además la característica de ser mutantes, cíclicas y de
tender a repetirse tras un período variable de tiempo, necesitan
siempre la mirada del otro para existir. Nadie concebiría una
moda en soledad; es decir que se trata de un fenómeno
eminentemente social.
La aparición de los datos predominantes puede
darse en los conjuntos matemáticos por mero agrupamiento al
azar; en las sociedades, en cambio, no es común que suceda así.
Por lo general, lo que se hace frecuente, habitual o reiterado y
en última instancia, del gusto de la mayoría, suele estar
determinado o influido decisivamente por los denominados líderes
de opinión. Estas son personas a las que por alguna razón, que
no es generalmente su conocimiento o su experiencia, sino otras
cuestiones de difícil explicación, las obedece la mayoría. Los
jóvenes, que siempre están pendientes de no dejar de pertenecer
a su grupo social, aunque a veces intentan disimularlo a través
de una impostada rebeldía, adoptan la moda rápidamente. Y los
mayores, que en este mundo posmoderno tienen una particular
tendencia a imitar a los jóvenes, en una verdadera ilusión de
juventud, la adoptan también. Hasta los gustos parecen mutar al
compás de estos ejercicios de pertenencia: lo que comenzó
pareciéndonos intolerable, se nos hace agradable primero y
maravilloso luego de un cierto tiempo cuando vemos que todos se
adocenan “a la última moda”, siguiendo los mandatos del mercado.
Se podría imaginar que tales superficialidades
deberían estar alejadas de la investigación científica y de la
práctica médica. Lamentablemente, la realidad es otra. Los
líderes de opinión en medicina pueden ser de dos categorías:
junto a verdaderos conocedores profundos e investigadores
criteriosos en diversos campos de conocimiento, pululan otros
que son promocionados por intereses comerciales y que imponen en
la comunidad médica ciertas prácticas o procedimientos por
simple novedad y por afán de réditos económicos rápidos.
Requiere sagacidad diferenciar claramente entre unos y otros.
La depresión con sus múltiples facetas es
conocida desde antiguo y bien se sabe que a menudo, se presenta
con síntomas proteiformes y dolores por demás inespecíficos. En
algún momento se impuso el nombre rimbombante de fibromialgia y
alguien describió algunos hallazgos de laboratorio completamente
irrelevantes. Se creó de esta forma una nueva entidad nosológica
donde ya existía otra mucho más significativa y determinante.
Pero pareció que era quedar a contramano del mundo, no decirle a
cualquier señora con ánimo algo deprimido que padecía de
fibromialgia.
Algo parecido podría decirse de la angustia y
sus crisis, desde hace algún tiempo bautizadas como trastorno de
pánico o de la bipolaridad, hoy sobrediagnosticada hasta el
hartazgo confundiendo el estar un día feliz y expansivo y al
otro algo decaído por cualquier avatar de la vida diaria, con un
severo cuadro psiquiátrico capaz de oscilar desde la manía a la
depresión profunda que puede conducir hasta el suicidio. Lo
grave es que cualquiera que refiera cierta ciclotimia, es
probable que sea fuertemente medicado con psicofármacos mayores
no exentos de serios riesgos. Cualquier niño travieso de antaño
sería diagnosticado hoy como “trastorno de desatención e
hiperactividad” (TDH), quedando a la espera de que potentes
psicotrópicos controlen lo que antes controlaba con mucha más
eficacia y menos peligros una mirada vigilante de los padres.
La psiconeuroinmunoendocrinología es una
apasionante rama de la investigación biomédica que ha encontrado
respuestas interesantísimas a las intrincadas maneras en que las
emociones modifican los mecanismos inmunológicos y hormonales
por los vínculos que hoy se sabe, existen entre el neuroeje, el
sistema inmune y el endocrino. Sin duda, es éste un campo que ha
dado muy valiosa información hasta ahora y lo podrá hacer mucho
más en el futuro. La difusión de todos estos avances ha hecho
que algunos, promocionándose como especialistas en esta rama de
la medicina (aunque jamás hayan hecho investigación alguna al
respecto), descerrajen una interminable batería de estudios
complejos y costosos cuyos resultados ni siquiera alcanzan a
interpretar de manera cabal y en profundidad.
Los ejemplos de las diferentes modas en medicina
podrían continuar en forma generosa. La mayoría de ellas, lejos
de ser avances genuinos, resultan flores de un día, que se
apagan en relativamente poco tiempo y desaparecen sin dejar
rastro. Algunos las adoptan y las transitan por ingenuidad (los
menos) y la mayoría las explotan por deshonestidad. Los que
tenemos ya muchos años vividos y muchos transcurridos en el
ejercicio de la medicina, cada vez creemos menos en los
ingenuos. Para no hacer de las novedades una trampa para
incautos es imprescindible insistir, particularmente con los
jóvenes en formación, en el rigor del pensamiento crítico, para
no adherir sin reflexión a cualquier propaganda y en la ética de
la práctica médica, para no que no caigan en el pecado
imperdonable de intentar engañar a los enfermos que confían en
nosotros.
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