El tiempo, la enfermedad y la medicina
Alcides A. Greca
Cuando Albert Einstein enunció su teoría de la
relatividad general, fue comprensible para los legos que el
tiempo, al menos el cósmico, no es esa simple sucesión de
instantes que nos muestra el avance incesante e irreversible de
las agujas del reloj. Tiempo y espacio fueron entendidos
entonces, como variables que interactúan entre sí y situándonos
como observadores del universo, pudimos concebir que en
realidad, un segundo y millones de años son más o menos lo
mismo.
Filósofos y literatos imaginaron un tiempo circular,
con un eterno retorno. Algunas religiones relativizaron su
importancia, por cuanto para ellas la fusión con el infinito
(Nirvana), es el máximo grado de superación espiritual y en
consecuencia, las urgencias de lo cotidiano carecen por
completo, de importancia.
Sin embargo, ese tiempo lineal, que avanza
irremisiblemente, que día a día nos enfrenta con nuestra
finitud, nunca deja de preocuparnos. Nos parece escaso para
llegar a los objetivos que nos hemos propuesto para nuestra vida
(“la vida es breve, el arte largo, la ocasión fugitiva, la
decisión peligrosa, el juicio difícil….”, decía Hipócrates) y
es por ello que intentamos aprovecharlo al máximo, cayendo no
pocas veces en una verdadera alienación. Especialmente en
nuestros días, en los que se inclinan casi todos ante el altar
de la economía, el conocido time is money de los
anglosajones parece más vigente que nunca.
La mala calidad de vida que esta carrera
desenfrenada presupone está empezando a ser cuestionada con muy
válidos argumentos por algunos, y como suele ocurrir, el péndulo
tiende a inclinarse aparentemente a una revalorización de la
lentitud, como forma de intentar obtener más placer de cada
instante vivido.
Algunos pacientes, víctimas de enfermedades muy
graves, con una muerte muy próxima, nos ponen cotidianamente
frente a la angustiante tarea de acompañarlos durante ese
tránsito difícil y trascendente. Para hacer comprender algo a
alguien, es necesario antes que lo comprendamos los médicos. El
tiempo es escaso y por ello muy valioso, como es valioso lo que
no abunda en el espacio, al decir de Freud en su ensayo “La
transitoriedad" (1).
Como a todos, sanos y enfermos, médicos y pacientes, nos resulta
del todo incierto cuánto nos queda por vivir, lo más razonable
sería despreocuparnos del asunto y centrar nuestras energías en
hacer que lo que sea que nos reste, tenga la mejor calidad que
se pueda conseguir. Es por ello que deberíamos desterrar de
nuestro discurso el clásico “por este enfermo no queda nada por
hacer”, en primer lugar porque no es verdad (siempre se puede
hacer algo por un ser humano que sufre) y en segundo término
porque hacer en medicina no necesariamente significa curar. Más
aún, en la mayoría de los casos debemos resignar la posibilidad
de ser curativos y concentrarnos en la ayuda física y
espiritual, que esa y no otra es en definitiva, la función del
médico.
Otro aspecto menos grave, pero no por ello menos
preocupante de la relación de los médicos con el tiempo, es la
escasez material del mismo para dedicar a nuestras consultas,
urgidos como estamos por atender gran número de pacientes para
poder alcanzar un ingreso digno. La mala remuneración de la
actividad médica es causa directa de este problema. A menudo
decimos que no podemos profundizar en ciertos aspectos, como por
ejemplo la manera de vivir y en particular, el estado anímico de
nuestros enfermos, porque no nos queda tiempo para ello.
En realidad, esto no es más que una simple
justificación para desertar de una tarea que al clínico le
compete más que a nadie, por cuanto no podemos hablar de enfoque
holístico, integrador o totalizador (como decimos que lo es el
del clínico) si pasamos por alto estos aspectos. ¿Qué hacer
entonces con el tiempo? De nuevo Freud nos diría, hay que poner
el acento en la calidad y recordar que una historia de vida no
tiene por qué conocerse en una única consulta. Por suerte los
clínicos tenemos largas relaciones con nuestros pacientes y a
nadie molestará que le digamos que determinado tema lo
trataremos con más tiempo en una próxima consulta por cuanto nos
parece de máxima importancia.
Finalmente, el tiempo también transcurre para el
médico y dejar con donaire las cosas de la juventud, como decía
un antiguo poema se vuelve una empresa difícil y no pocas veces
imposible para algunos. El retiro siempre asusta a los médicos,
en algunos casos porque no se tienen otros intereses a los
cuales dedicar espacio mental y en otros porque el narcisismo no
tolera la declinación de la notoriedad.
Imaginar un retiro digno en el momento oportuno,
cuando todavía se está en la plenitud debería ser una tarea a
enfrentar por los médicos sin excepción. Buscar otros temas de
interés, salir en cierta forma de los límites estrechos de la
práctica médica cotidiana es un ejercicio altamente recomendable
y también una forma de seguir siendo de ayuda a nuestros
enfermos, retirándonos a tiempo, cuando aún la senectud no ha
hecho sus estragos conocidos, dedicándonos entonces a aquellos
aspectos que no pueden ser abordados sólo por la energía sino en
especial, por la experiencia, que como bien se sabe, no se puede
adquirir más que viviendo.
(1) Freud S. La transitoriedad. En
Obras Completas. Tomo XIV. Página 305. Amorrortu
editores. 1984.
|