OMNIPOTENCIA E IMPOTENCIA DE LOS MÉDICOS
Alcides A. Greca
Ser
capaces de curar enfermedades agudas y prolongar la evolución de
las crónicas, transformándolas en verdaderas compañeras de ruta
durante muchos años, con el solo requisito de tomar un
medicamento con regularidad, con el agregado de que cada vez se
consiguen drogas más efectivas y mejor toleradas, son indudables
logros de la medicina moderna que han provocado en los médicos
una sensación de omnipotencia. Ni que decir, la ya ampliamente
desarrollada medicina de transplantes, con la posibilidad de
reemplazar riñones, corazones, blocks cardiopulmonares, hígados
y tantos otros órganos, prolongando la vida por muchos años en
enfermos antes desahuciados y la manipulación genética,
resolviendo enfermedades hasta hace poco tiempo, incurables. La
farmacogenómica, cada vez más firme en su desarrollo, nos hace
concebir que no es ya una quimera imaginar medicamentos a medida
para cada paciente.
Esta
apertura notable de nuestro horizonte de posibilidades, nos
lleva sin embargo a una tendencia inconsciente de hacernos cargo
de todo, porque todo podemos resolverlo, con peligrosas
consecuencias para nuestro psiquismo y también para nuestra
salud física. Problemas relacionados con deficiencias de
infraestructura en nuestros hospitales, trabas burocráticas de
nuestro sistema sanitario, malas condiciones de vida de amplios
sectores de la comunidad, con difícil y a veces imposible acceso
a la atención médica o al cumplimiento de pautas terapéuticas
son cuestiones que cualquiera comprende que deben ser resueltas
por los gobernantes a través de sanas políticas socioeconómicas,
sanitarias y educativas. Curiosamente sin embargo, el médico no
duda en arremeter contra todas las trabas y en hacerse cargo
personalmente de todas las dificultades de su enfermo, con la
inevitable y previsible frustración. La clásica expresión “se me
murió” en relación con un paciente en tratamiento, parece
olvidar que la muerte es una posibilidad siempre presente, y que
muchas veces se produce simplemente porque los seres humanos
somos mortales, aunque los médicos nos diagnostiquen las
enfermedades y nos traten correctamente.
La
idea errónea de que todo lo puede resolver el médico ha sido,
lamentablemente, fomentada desde las escuelas de medicina. Más
de un profesor o un jefe de servicio ha dicho impiadosamente a
un subalterno: “No me importa la dificultad que exista para
conseguir el estudio o el medicamento. Es su responsabilidad
conseguirlo”. Esto ha trascendido a la comunidad en general y a
los abogados ávidos de promover juicios de mala praxis,
recurriendo al reduccionismo intelectual que indica que si algo
no ha salido bien es por culpa de alguien y que ese alguien,
hasta que se demuestre lo contrario, es el médico.
La
sensación de fracaso ante la imposibilidad de responder a una
expectativa ilimitada, la pérdida de la autoestima, la depresión
y el deterioro crónico de la salud sobrevendrán como diría
García Márquez, cual si fueran la crónica de una muerte
anunciada. El alto consumo de psicotrópicos, la elevada
incidencia de alcoholismo y drogadicción y la menor expectativa
de vida que diversos estudios han revelado en los médicos son
las secuelas del viaje sin escalas de la omnipotencia a la
impotencia, propia de la estructura melancólica de la
personalidad del médico.
¿Es
éste un dilema insoluble o existe una salida que permita pensar
en la autopreservación? Estoy convencido de que esto puede y
debe ser modificado y también de que la responsabilidad de los
educadores médicos es propiciar un cambio de paradigma. La
propuesta podría presentarse de la siguiente manera:
1.- El
médico es un ser humano y no un robot. Por tanto tiene
limitaciones personales y sociales que en muy buena medida no
dependen de él y no está en él resolver.
2.- La
muerte no es un enemigo a vencer en todos los casos. En muchos,
es un proceso que se debe acompañar con una prudente y piadosa
actitud de confortación.
3.-
Las cuestiones sociales deben ser enfrentadas y resueltas por la
sociedad a través de sus distintas organizaciones y de su
gobierno y no debe el médico aceptar que se deposite en él una
responsabilidad que no le compete, como decidir a qué enfermo se
le brinda y a qué enfermo se le niega un recurso escaso.
Me
adelanto a la crítica del colega lector de estas líneas: Una
cosa es decirlo y otra es la realidad, que con frecuencia nos
pone entre la espada y la pared. Lo admito, pero respondo: La
forma de que estos argumentos sean entendidos por quienes deben
entenderlos es que antes, los comprendamos nosotros y
abandonemos actitudes de superhombres que sólo nos conducen a
nuestra propia destrucción.
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