ELOGIO DE LA REFUTACIÓN
Alcides A. Greca
Donde todos piensan igual,
nadie piensa mucho.
Proverbio popular
Expresar lo que pensamos es una de las funciones que más nos
humanizan. La posibilidad del ser humano, única en el reino
animal, de contar con un lenguaje que hace posible la
abstracción y la representación simbólica, le permite manifestar
sus ideas y desarrollar argumentaciones para fundamentarlas.
Siendo un sujeto gregario por excelencia, sólo en la interacción
con sus semejantes se plasma verdaderamente su subjetividad,
entendida ésta como un intercambio constante con el
medioambiente y con otros seres humanos. Dicho en otros
términos, la esencia del hombre no existe, en tanto condición
intrínseca inmutable. Somos lo que somos porque estamos donde
estamos y convivimos con quienes convivimos, y si estas
condiciones se modificaran, lisa y llanamente seríamos otros.
Las
ideas son construcciones intelectuales siempre sujetas a la
confrontación. Las creencias en cambio, son verdades absolutas
que aceptamos como tales y que no son pasibles de ser puestas en
duda. Va de suyo que existe en ellas una carga de emoción que
hace imposible un tratamiento racional. Grandes enfrentamientos,
que han llegado a desencadenar guerras y muchas muertes a lo
largo de toda la historia, han tenido su origen, no en ideas
sino en creencias que a fuerza de ser defendidas con pasión han
llevado a verdadero fanatismo. Decía Winston Churchill que un
fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere
cambiar de tema. Esta incapacidad de cambiar de opinión no es
otra cosa que la inhibición del pensamiento racional por una
carga emocional excesiva.
Confundir ideas con creencias es harto común y así se llega a
descalificar al interlocutor ante la imposibilidad de sostener
una línea de argumentación. Es por ello que no es posible
discutir sobre religión o sobre fútbol, y a veces también
(aunque esto resulta verdaderamente lamentable) se nos hace
difícil discutir sobre política. En lo que se refiere a la
medicina, parecería imposible que pudieran existir dificultades
para una discusión clínica. Formular argumentos a favor y en
contra de una determinada hipótesis diagnóstica o de una
conducta terapéutica debería ser lo más normal entre los
médicos. Sin embargo, vemos con frecuencia en nuestros
seminarios clínicos que se silencian opiniones porque no son
concordantes con las de quien está exponiendo, en especial
cuando se trata de una figura prominente, depositaria imaginaria
del supuesto saber. Otras veces, se manifiestan los disensos,
previo pedido de disculpas, suponiendo que se va a causar un
menoscabo a aquél con quien estamos a punto de discrepar.
Resultarían sorprendentes estas conductas si no tuviéramos en
cuenta que el narcisismo nos acompaña siempre, y a menudo es muy
difícil deshacerse de él. No otra cosa que el narcisismo puede
justificar que se llegue a persistir en forma intransigente en
un punto de vista, desestimando muy sólidas razones en
contrario.
La
refutación es una práctica sumamente recomendable y debería ser
sistemática. Ninguna cuestión tiene una única e inmutable
interpretación y todas en cambio, pueden ser vistas desde
ángulos diversos y con matices múltiples. Formular y expresar
todas estas miradas diferentes es una verdadera obligación de
quienes discuten y cercenarlas constituye mala praxis educativa.
Nuestros seminarios deberían ser en mucho mayor medida, reflejo
de disensos que de consensos, porque la interpretación
discordante, cuando está sólidamente fundamentada, siempre sirve
para enriquecer el conocimiento general.
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