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Dr.Julio Busaniche
Reconocimiento nombrándolo miembro Honorario de la Sociedad de Medicina Interna de Santa Fe

 

 
 

 

La Sociedad de Medicina Interna de Santa Fe reconoce al Dr. Julio Busaniche, un maestro de la Medicina, nombrándolo Miembro Honorario de dicha sociedad científica.

Santa Fe, Septiembre de 2010

El día 9 de setiembre se desarrollaron las V Jornadas de Medicina de la Sociedad de Medicina Interna de Santa Fe en el Complejo "Los Maderos" del Puerto santafesino ante una importante concurrencia de médicos de la ciudad y zona de influencia. El programa científico incluyó exposiciones y conferencias de médicos de Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y actividades presentadas por las distintas residencias de Clínica Médica de la ciudad de Santa Fe.

La mesa redonda final fue coordinada por el Dr. Oscar Di Dio, y de la misma formaron parte los Dres. Daniel Flichtentrei y César Presman.

Durante el acto de clausura, la Sociedad designó Miembro Honorario de la misma al Dr. Julio Busaniche. El Dr. Busaniche, clínico y cardiólogo santafesino, lleva más de 40 años dedicado a la enseñanza de la Clínica Médica. Egresó con Medalla de Oro en el Colegio de la Inmaculada de la ciudad de Santa Fe, y se formó como médico en la Universidad Católica de Córdoba. Fue residente de Clínica Médica del Sanatorio Privado de Córdoba, y parte de la primera camada de residentes de Cardiología de dicho instituto. Desde entonces ha desarrollado al mismo tiempo su pasión por la asistencia, en el consultorio, y por la docencia en los ámbitos en los que le tocó desempeñarse, siendo Instructor del Servicio de Clínica Médica del Hospital José María Cullen de Santa Fe, en dos oportunidades, y encargado de Semiología en la por entonces naciente Escuela de Medicina de Santa Fe.

Actualmente jubilado en la actividad hospitalaria y en el consultorio, continúa ligado a las futuras generaciones de médicos ya que es el Coordinador Docente de la Residencia de Clínica Médica del Sanatorio Santa Fe.

A continuación transcribimos las palabras del Dr. Julio Busaniche en dicho evento:

“Reconozco que me ha sorprendido éste, para mi inesperado reconocimiento por parte de la Sociedad de Medicina Interna de Santa Fe: carezco de más títulos académicos que el de médico; no tengo publicaciones de méritos; he ejercido la docencia universitaria por muy pocos años, en los inicios de nuestra entonces Escuela de Medicina, y he sido reconocidamente remiso a concurrir a cursos y congresos.

Lo entiendo entonces y fundamentalmente desde los fuertes afectos generados durante tantos años de compartir conocimientos y saberes con médicos noveles. Porque… , ¿ cómo privilegiar nuestras actividades académicas , clases, cursos , anátomo-clínicas y reuniones bibliográficas , por sobre las realidades a las que no enfrenta cotidianamente nuestra actividad profesional, soslayadas generalmente por el resto de la sociedad: el dolor, el sufrimiento, las grandezas humanas, (manifestadas generalmente con gestos amorosos tiernos y simples), y las humanas bajezas… la muerte, viscosa y gélida, y las otras veces bienvenida y deseada muerte?

Este ámbito cotidiano es propicio para generar lazos intensos y transitar rápidamente el trayecto y el tiempo de la adolescencia hacia la adultez, con despojos necesariamente dolorosos, pero que nos encaminan  (seguramente por senderos laberínticos) en la búsqueda de la esencia y de la libertad siempre soñada y  siempre arisca….

No concibo la formación del médico, en cualquiera de sus etapas, sino en un ámbito de afectos e insisto en ello por una fuerte proclividad en algunas de nuestras residencias médicas, a generar estructuras verticalistas, casi propias de academias militares, seguramente resabio de influencias victorianas que proclamaban que la” letra con sangre entra”. No me cabe la menor duda de que nuestro saber médico se logra de manera más integrada y cabal en un clima de amor y camaradería (“el saber con amor entra”).

El médico debe estudiar, y mucho, tratando de leer “los clásicos” y bibliografía selecta. Muchas veces, la avidez por acopiar información, cada vez más vertiginosa y feroz, nos limita a un área muy estrecha y rígida de nuestras posibilidades formativas negando valor a aquello que, supuestamente carece de rigor científico: Permítanme leerles unos pocos párrafos del escritor húngaro Sandor Marai quien en su libro “El último encuentro”, y refiriéndose a una clínica cardiológica donde viviera y muriera un familiar dice…“en el silencio infinito, el edificio amarillo claro de la clínica cardiológica, ….parecía tan misterioso como si  encerrara toda la tristeza que enferma a los corazones humanos, como si el dolor de los corazones fuera, en esta clínica una actividad silenciosa, una consecuencia de los desengaños y de los accidentes incomprensibles de la vida………”. Obviamente su relato, carece de toda ortodoxia médica, y sin embargo su sabiduría es perfectamente compatible y complementaria con los estudios clínicos más rigurosos.

En nuestra concepción estructuralista, asignamos determinadas áreas de la corteza cerebral como centros de aprendizaje, y no está mal, si no fuera excluyente: el saber se adquiere también con  las vísceras, y  con cada átomo de nuestro cuerpo, con miedos y angustias, con pasión y dolor, enamorándose y desenamorándose, con alegrías y tristezas, con el inevitable orgullo por nuestro pequeños logros, y por las culpas interminables de nuestros yerros…

Se aprende, y se sabe, por todo lo que crea el hombre a través de sus tantas manifestaciones culturales, y se aprende con todos y desde todos, conformando “ese otro saber”, no sujeto a leyes estrictas, sino más abarcativo, que configurará, entre otras cosas, nuestro sentido común para poder deslindar lo esencial de lo accesorio,  para aceptar y enriquecernos con lo diverso y al fin para poder interpretar y ver tal cual es al OTRO razón casi excluyente de nuestro quehacer, y condición sine qua non para establecer con él una estrecha relación horizontal y de profundo respecto por su particularidad.

Desafortunadamente, con el devenir del tiempo, en el ejercicio de la medicina, superada ya la etapa formativa, esta relación única médico-paciente, se va desdibujando y opacando insensiblemente, por factores muchas veces  ajenos, de índole diversa (económicos, estructurales, políticos, institucionales) que se interponen y nos alejan progresivamente de aquello que siempre debió ser.

Como médico, tengo mis deseos no cumplidos: poder ver una estructura asistencial, como resultado de políticas de estado que asegure a todos una medicina científica, humana e igualitaria, independientemente de condiciones socioeconómicas, culturales o religiosas, con una fuerte presencia estatal en la planificación y control de su calidad asistencial tanto en el medio público como en el privado, que ampare a todos los miembros del equipo de salud a través de una carrera profesional previsible y estable, con remuneraciones dignas que nos despreocupen de uno de los factores que precisamente atentan contra aquella relación personal e intransferible.

Como médico, deseo una sociedad más justa y solidaria. Deseo que desparezcan desde ya las irritantes diferencias de posibilidades de las clases más postergadas y abandonadas.

Como médico, deseo una sociedad austera y con profundo sentido de justicia, que castigue y erradique a los corruptos, fundamentalmente los inhumanos mercaderes del dinero, principales responsables de la inequidad, muy afectos a mimetizarse, con su pátina de honorabilidad, en los diferentes centros de poder.

Muchos pensarán que soy propenso a las utopías, y confieso que sí… Utopía es proyectar, es generar cambios y es, fundamentalmente, esperanza. Sin utopías no hubiera sido médico, sin utopías, difícilmente estaría ahora vivo….

Permítanme tener un último recuerdo y reconocimiento para mis docentes: Los primeros mis padres. Papá era un docente apasionado, siempre y en todo momento  con una naturalidad y simpleza en su contar, siempre ameno, que me emociona su recuerdo.A mi maestro en la residencia de clínica  médica del Hospital Privado de Córdoba, Dr. Agustín Caeiro , quijotesco en su figura y generosidad , y a sus 4 hijos , ejemplos de saber y de humildad.A mis maestros en cardiología, Dres Roberto Madoery y Hugo Palmero, y a mis compañeros de aquella primera camada de residentes del Hospital Privado de Córdoba en 1966,  de quienes  y con quienes aprendimos tanto y emprendimos esta apasionante aventura de la medicina.

 

       

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