Revisemos nuestro arsenal antifúngico
Mayo Clinic Proceeding – Agosto, 2011.
Dr. Javier Montero*
* Departamento de Medicina Interna. Hospital Povisa,
Vigo, España.
Coordinador de la sección Literatura Científica
Seleccionada.
La eclosión del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
(SIDA) y el progreso terapéutico de la oncología y
transplantología ha dado lugar en los últimos 20 años a
la proliferación de pacientes inmunodeprimidos, sujetos
expuestos a múltiples infecciones, entre ellas,
micóticas. Esto impulsó una amplia y prolongada
investigación clínica-farmacológica para desarrollar
alternativas antifúngicas más eficaces y menos tóxicas
que la Anfotericina B (AMB), primer antimicótico
sistémico introducido en el año 1.958 activo contra la
mayoría de los hongos patógenos más importantes para el
ser humano: levaduras (especies de Candida y Criptococo),
algunas hifas o mohos (aspergilus fumigatus), y hongos
dimórficos (histoplasma, blastomices y coccidioides). En
su entrega mensual de agosto, la revista de la Mayo
Clinic Proceeding revisa aspectos farmacológicos de
estos agentes en su Simposio de Terapia Antimicrobiana.
Para introducirnos en el tema, creo muy interesante dar
a conocer la historia de los antifúngicos sistémicos
reseñada en la introducción del artículo. Luego de 30
años de reinado poliénico, en 1.990 el fluconazol fue el
primer triazólico en disputar la hegemonía de la AMB. En
comparación a ésta tenía, y obviamente tiene, excelente
biodisponibilidad oral, farmacocinética lineal, buena
actividad contra las levaduras más comunes (C.
albicans, C. tropicales, C. parapsilosis)
y menor riesgo de efectos adversos, por lo que se
convirtió en el fármaco más frecuentemente utilizado.
Sin embargo, su escasa actividad contra mohos o hifas
(especies Aspergilus, Mucorales, Fusarios) y resistencia
intrínseca de algunas levaduras (especies de Candida
glabrata, C. krusei) brindó el desarrollo de
nuevos triazoles. En 1.992, el surgimiento del
itraconazol resolvió en parte el problema de la
cobertura contra aspergilus del FLU, pero su absorción
errática y efectos adversos gastrointestinales lo
limitaron como antifúngico.
Fue recién en este siglo cuando el devenir de los
“triazoles de amplio espectro”, vori y posaconazol, en
2.002 y 2.006 respectivamente, cambiaron el manejo de
las enfermedades micóticas. El primero demostró ser,
incluso, más efectivo que la AMB para Aspergilus y
Fusarios, y el segundo directamente para todas las hifas
patógenas (aspergilus, fusarios y mucorales). El
problema de estos antifúngicos ha sido la marcada
inestabilidad de sus concentraciones séricas (por
absorción errática en caso del posaconazol y
variabilidad genética en el metabolismo del voriconazol)
que ha intentado resolverse con su determinación en
sangre, y su mayor riesgo de interacciones
farmacológicas y efectos adversos.
Intentado esquivar estos inconvenientes, en el último
lustro se presentaron las equinocandinas, antifúngicos
que ejercen su efecto sobre polímeros de glucano de la
pared fúngica, ausentes en las estructuras celulares
humanas, reduciendo así al mínimo sus efectos adversos.
El punto débil de estos fármacos es que, si bien son
activas contra levaduras de la especie cándida e hifas
de la especie aspergilus, las equinocandinas disponibles
actualmente aún tienen escaso efecto contra algunas
levaduras comunes en inmunodeprimidos (ej. especie de
criptococos), e hifas menos frecuentes (mucorales y
fusarios).
Pasamos ahora a comentar lo más instructivo del extenso
texto, focalizándonos en los nuevos antifúngicos.
·
Los antifúngicos sistémicos se agrupan según su sitio de
acción. Los azoles, polienes y alaninas inhiben la
síntesis de ergosterol, principal esterol de la membrana
celular micótica; las equinocandinas alteran la síntesis
del polisacárido de pared; y otros, 5-flucitosina (5-FC)
y griseofulvina, actúan a nivel intracelular.
·
Los azoles (fluconazol [FLU], itraconazol [ITRA],
voriconazol [VOR], posaconazol [POS]–), inhiben la
lanosterol desmetilasa, una enzima que forma parte de la
citocromo P450 fúngica, limitando así la producción de
ergosterol y acumulando precursores tóxicos. La
inhibición colateral de la P450 humana es responsable de
las interacciones farmacocinéticas de estos fármacos.
·
Los polienes, anfotericina B [AMB] y derivados
lipídicos, se unen al ergosterol formando complejos que
producen poros letales en la membrana. La afinidad por
el ergosterol micótico es mayor que la ocurrida en la
célula humana, sin embargo en tejidos donde se alcanzan
altas concentraciones, como en el riñón (células
tubulares), dicha selectividad se pierde. Este efecto
sobre el riñón ha sido reducido en gran medida por las
formas lipídicas. A su vez, la AMB estimula directamente
la liberación de citoquinas proinflamatorias desde los
monocitos, responsable de los temblores, escalofríos y
fiebre que ocurren con su administración.
·
La alinina TBF desactiva la síntesis de ergosterol por
inhibición de la escualeno-monoxigenasa produciendo la
acumulación de escualeno, precursor tóxico del
lanosterol. Una vez absorbida por vía oral, se acumula
en la piel y uñas, alcanzando concentraciones séricas
bajas, por lo que se utiliza para hongos cutáneos y
onicomicosis.
·
Las equinocandinas (caspofungina [CPF], micafungina
[MCF]) inhiben la síntesis de β-1,3-D-glucán de la pared
fúngica favoreciendo la lisis osmótica. Estos
proteoglicanos no están presentes en las células
humanas, por lo que los efectos adversos suelen ser
mínimos.
·
Por último, dos grupos de antifúngicos tienen sus
objetivos a nivel intracelular. La 5-flucitosina (5-FC)
es activada una vez ingresada en el seno micótico para
posteriormente inhibir la síntesis enzimas de
transcripción de ARN (timidilato sintentasa). En cambio,
la griseofulvina es un inhibidor mitótico (interfiriere
en la formación de microtúbulos al unirse a la
tubulina).
·
La AMB y equinocandinas se administran sólo por vía
intravenosa por su escasa biodisponibilidad. En cambio,
el FLU y VOR se absorben por vía oral en un 90%, el
último preferentemente con el estomago vacío. El ITC y
POS tienen una biodisponibilidad más errática y
requieren ser disueltos en el estomago para ser
adecuadamente absorbidos en el intestino. El suministro
con alimentos favorece su absorción.
·
Particularmente, el POS se absorbe de forma impredecible
en los sujetos que habitualmente reciben este fármaco
(pacientes inapetentes, con disfunción gastrointestinal
por quimioterápicos, o que ingieren dosis altas de
inhibidores de la bomba de protones). Por esto, su
administración debe realizarse con comidas con alto
contenido en grasas (>50% de las calorías totales) o
suplementos nutritivos. Debido a que la administración
del fármaco en dosis divididas mejora la absorción hasta
en un 180% más que en monodosis, la terapia suele
iniciarse con dosis de 200-300 mg 3 o 4 veces por día
hasta que se estabiliza la enfermedad o alcanzan
concentraciones séricas adecuadas; luego, puede
dividirse la dosis en dos tomas diarias (400 mg/12
horas).
·
La variabilidad genética cumple un rol muy importante en
la farmacocinética del VOR. Los pacientes que más
frecuentemente presentan genotipos de pobre metabolismo
hepático son los de origen asiático (puede llegar hasta
19%, mientras que en raza blanca es del 2%).
·
Debida a la errática absorción y metabolismo de los
nuevos azoles (ITRA, POS, VOR) los expertos aconsejan el
monitoreo de las concentraciones séricas (si es posible
por cromatografía liquida de alta performance). Para
ITRA se sugieren valores >1-2 ug/ml (0,5 ug/ml en caso
de profilaxis) y entre 1 y 5 ug/ml para VOR. Para POS
no hay una sugerencia concreta, si bien los valores <
0,72 ug/ml administrados con objetivos profilácticos y
terapéuticos se asociaron a peores resultados. El
momento de la determinación no está bien establecido,
pero se aconseja realizarlo previo a la dosis indicada,
luego de 5-7 días de recibido el fármaco.
·
El sitio de infección fúngica debe ser tenido en cuenta
para elegir el antifúngico adecuado: FLU, 5-FC y VOR
tienen buena penetración en líquido cefalorraquídeo
(LCR) y humor vítreo, aunque las formulaciones lipídicas
de AMB y equinocandinas quizás alcancen concentraciones
clínicamente adecuadas para infecciones del SNC (si bien
su concentración en LCR es <5%). Los nuevos azoles (VOR,
POS), formulaciones lipídicas de la AMB y equinocandinas
no son útiles en la infección urinaria por su escasa
eliminación activa por la orina; en este caso, debe
optarse por FLU o AMB.
·
Por último, hace un comentario de los efectos adversos
de los antifúngicos. Sin introducirse demasiado en el
tema, comenta que cada vez existen más pacientes
inmunodeprimidos en forma prolongada, principalmente
transplantados, y que el problema actual está siendo la
toxicidad a largo plazo de los antifúngicos. En el texto
se recalca los efectos gastrointestinales del ITRA y
POS, miocardiotóxicos del ITRA, y las alteraciones a
nivel ocular, cerebelosas, fotosensibilidad y probable
aumento de riesgo de cáncer de piel del VOR, entre
otros.
Como pueden observar, en los últimos 20 años, el mundo
de los antifúngicos ha sufrido una gran transformación.
Hoy en día, la toxicidad de la anfotericina B no es más
el limitante para el tratamiento adecuado de las
infecciones micóticas sistémicas debido al amplio
abanico de antifúngicos disponibles. Sin embargo, estos
nuevos fármacos aún tienen importantes limitaciones en
su espectro de acción, farmacocinéticas, y toxicidad con
su uso prolongado. Aún quedan problemas por resolver en
este terreno terapéutico.
Lewis RE. Current Concepts in Antifungal Pharmacology.
Mayo Clin Proc.2011; 86(8):805-817. |