Discusión del
caso clínico
Dr. Diego
Bértola
Se discute el caso de una mujer de 21 años,
insuficiente renal crónica (IRC) en hemodiálisis
trisemanal, que consulta por síndrome febril de 4 días
de evolución, acompañado de tos con expectoración
mucosa, dolor abdominal intenso, vómitos y diarrea
acuosa. En el laboratorio no hubo leucocitosis
acompañante, pero sí las alteraciones esperables en una
paciente con IRC en tratamiento dialítico. Al
evidenciarse un infiltrado radiográfico, el cuadro
inicialmente fue interpretado como neumonía, para lo
cual recibe antibióticos. Se realiza Tomografía
Computada (TC) abdominal para investigar el cuadro
abdominal, y la misma informa engrosamiento trilaminar
difuso de intestino delgado y colon, a predominio del
primero.
Del análisis preliminar del caso surgen algunos
interrogantes iniciales: ¿Corresponden todas las nuevas
manifestaciones clínicas a un mismo cuadro etiológico?
¿O corresponden a entidades diferentes? ¿Presentan
relación con la patología previa de la paciente?
El inicio del cuadro fue agudo, con fiebre, tos y
expectoración. Al examen físico se encontraron rales
crepitantes basales izquierdos sin semiología de
consolidación, pero con infiltrados pulmonares nuevos
(en radiografía y TC). Varios son los cuadros que pueden
justificar tales hallazgos, entre los cuales se
encuentran las neumonías, la tuberculosis, los abscesos,
la pneumocystosis, las neoplasias, la tromboembolia
pulmonar, el infarto pulmonar, sarcoidosis,
granulomatosis de Wegener, etc. Teniendo en cuenta el
inicio agudo, las características de los síntomas
acompañantes y las características de las imágenes, se
interpretó el cuadro como neumonía, el cual
operativamente es el diagnóstico inicial más apropiado.
Comenzó tratamiento con ceftazidima y claritromicina, la
cual no cumplió por intolerancia digestiva y
empeoramiento de los síntomas abdominales.
Las nuevas guías para el manejo de las neumonías de
la American Thoracic Society (ATS) y la Infectious
Diseases Society of America (IDSA) de 2005 incluyen una
nueva categoría a tener en cuenta. Agregan una nueva
categoría, que se ubicaría entre las neumonías de la
comunidad y las neumonías intrahospitalarias: las “neumonías
asociadas a cuidados de salud”. En esta categoría se
agrupan:
1.
Pacientes que residen en una institución geriátrica o de
internación prolongada;
2.
Pacientes que fueron hospitalizados en un hospital de
agudos por dos días o más en los últimos 90 días;
3.
Pacientes que recibieron terapia antibiótica endovenosa,
quimioterapia o cuidados de enfermería para lesiones
específicas, en los últimos 30 días;
4.
Pacientes que asistieron a hospitales o centros de
hemodiálisis en los últimos 30 días.
Nuestra paciente estaría incluida en este último
apartado. Esta nueva categoría de neumonía implica
consideraciones epidemiológicas, microbiológicas y
pronósticas. Por un lado, suelen ser pacientes con
edades mayores y numerosas comorbilidades. Los gérmenes
aislados como responsables de estos cuadros incluyen con
mayor frecuencia gérmenes multirresistentes
intrahospitalarios, como Staphylococcus aureus y
Pseudomona aeruginosa (en las distintas series
publicadas, ninguna de ellas realizada con pacientes de
nuestro medio). Son cuadros más graves, con mayor
mortalidad. Según los autores de estas guías, se deben
tener en cuenta estas consideraciones al realizar
tratamiento empírico inicial. Nuestra paciente recibió
inicialmente ceftazidima (y claritromicina que suspendió
por intolerancia oral), con buena cobertura inicial para
Pseudomona aeruginosa y otros gérmenes
intrahospitalarios, lo recomendado por las nuevas guías.
Luego se cambió a ampicilina-sulbactam, esquema
utilizado para neumonías de la comunidad, que no incluye
buena cobertura para los gérmenes antes mencionados. La
evolución del cuadro respiratorio fue buena, no obstante
el cambio de esquema y la subsecuente reducción de
espectro antimicrobiano. Como es evidente, la ausencia
de estudios locales acerca de la microbiología implicada
en la producción de neumonía le otorga un valor relativo
a las guías norteamericanas, ya que la paciente mejoró
con esquema “inapropiado” según éstas.
Además del cuadro compatible con neumonía, la
paciente presentó dolor abdominal, vómitos y diarrea
acuosa, sin moco pus ni sangre. El dolor fue intenso, a
predominio epigástrico, y el examen físico abdominal no
reveló mayores alteraciones que una defensa leve.
Continuando con el estudio del cuadro, se solicitaron
ecografía abdominal y TC abdominal. Esta última mostró
alteraciones llamativas: engrosamiento parietal marcado
de intestino delgado y colon. El intestino normal mide
habitualmente (dependiendo del grado de dilatación) 2-3
mm. En este caso se informó un espesor parietal de 8-9
mm., a predominio de intestino delgado. Son diversas las
patologías abdominales que pueden producir
engrosamiento parietal intestinal, entre la que se
incluyen: enfermedad inflamatoria intestinal (EII),
neoplasias, tuberculosis intestinal, colitis actínica,
tiflitis neutropénica, enterocolitis infecciosa,
isquemia, edema (en cirróticos o síndrome nefrótico) y
vasculitis entre otras. No obstante, si limitamos las
causas a los engrosamientos de tipo difuso,
simétrico y trilaminar, tenemos que
considerar un grupo más reducido de patologías: la
isquemia difusa, la EII, el edema de pared, las
enterocolitis y las vasculitis. Como engrosamiento
difuso se define al que involucra a más de 30 cm. de
intestino, y es simétrico cuando los cambios se
observan de iguales magnitudes en toda la circunferencia
intestinal. El engrosamiento trilaminar implica observar
en la pared engrosada una línea hiperdensa central, una
por fuera hipodensa y una última hiperdensa por fuera
de ésta, una englobando la otra en forma concéntrica. No
es más que el detalle tomográfico de la mucosa (hiperdensa),
submucosa (hipodensa) y muscular (hiperdensa)
edematosas y con diferente refuerzo al contraste. Los
autores anglosajones usan el término de signo de diana
(“target sign”) o signo de halo (“halo sign”, cuando
sólo hay dos bandas), para referirse al engrosamiento
intestinal trilaminar. El sustrato fisiopatológico lo
constituye la hiperemia intestinal, muy frecuentemente
inflamatoria.
Entre las causas que pueden producir refuerzo
trilaminar, simétrico y difuso, debemos incluir a la
isquemia intestinal, el edema parietal intestinal, la
enfermedad inflamatoria intestinal (EII), las vasculitis
y las enterocolitis infecciosas. Dentro de isquemia
intestinal difusa, no se incluye la isquemia intestinal
aguda, que produce afectación localizada con infarto
intestinal, sino la isquemia intestinal crónica (“angina
intestinal”) de los pacientes ancianos con vasculopatía
arteriosclerótica difusa. También se incluyen en estos
cuadros de intestino hipoperfundido con o sin enfermedad
vascular, como sucede en los estados de shock. La
condición clínica y hemodinámica de la paciente nos
permite descartar estas causas. Dentro de los cuadros de
EII incluimos la enfermedad de Crohn y la colitis
ulcerosa. La primera da afectación segmentaria y no
difusa, la segunda puede comprometer zonas extensas de
colon, casi siempre rectosigma. Se puede ver refuerzo
trilaminar, pero a veces son evidentes las pérdidas de
sustancia a nivel mucoso, dando aspecto asimétrico. El
cuadro suele producir diarreas sanguinolentas. En este
caso el sector más afectado es el ileoyeyunal, el
compromiso es perfectamente simétrico y no existe
enterorragia. Cuando existe ascitis (por cirrosis,
síndrome nefrótico o enteropatía pierde proteínas)
puede observarse edema parietal intestinal, aunque sin
significancia clínica per se. En este caso, si bien
existe ascitis, el cuadro clínico es difícilmente
justificable por edema parietal.
La enterocolitis infecciosa en paciente sin
infección por HIV, suele manifestarse con diarrea aguda
que usualmente se autolimita. Los gérmenes bacterianos
más frecuentemente implicados son Shigella,
Salmonella, Escherichia coli, Campylobacter jejuni y
Clostridium difficile. Virus tales como
rotavirus,adenovirus y citomegalovirus (CMV)
pueden causar un número más reducido de diarreas agudas
en huéspedes seleccionados (niños e inmunodeprimidos).
Giardia lamblia, criptosporidium y entamoeba
histolytica se encuentran dentro de las causas
parasitarias. Dependiendo del tipo de diarrea y la
severidad del cuadro, exámenes complementarios y
estrategias de manejo deben ser empleados. Obviamente,
no suele ser común la realización de TC abdominal en
estos cuadros, que pueden justificar perfectamente el
engrosamiento parietal trilaminar simétrico y difuso.
Cuando existen criterios de severidad (fiebre, signos de
invasividad, hipovolemia, más de 6 deposiciones diarias,
duración mayor a 48 horas sin mejoría, dolor abdominal
severo) es conveniente tomar coprocultivo y comenzar con
terapia antibiótica empírica para gérmenes Gram
negativos (ciprofloxacina 500 mg cada 12 horas VO por 3
a 5 días). El rédito del coprocultivo, no obstante, es
bajo (en general, menor al 10%). Si existió terapia
antibiótica previa o se trata de una diarrea
intrahospitalaria, debemos considerar la posibilidad de
colitis psudomembranosa y utilizar metronidazol (500 mg
cada 8 horas VO o EV por 10 días), previa muestra para
identificación de toxina específica. Ante persistencia
del cuadro por más de una semana, deben sospecharse
causas parasitarias y solicitarse parasitológico de
materia fecal. La paciente presentó un cuadro clínico
compatible, con algunos criterios de severidad, por lo
que se inició tratamiento antibiótico empírico para
posibles causas bacterianas, luego de tomar una muestra
para coprocultivo. La evolución fue favorable luego de
72 horas, lo cual apoya el diagnóstico.
¿Existe alguna relación entre neumonía y diarrea?
Determinadas neumonías son más propensas que otras a
presentar manifestaciones extrapulmonares, entre ellas
las abdominales. Las neumonías de tipo “atípicas”, ya
sean zoonóticas (Chlamydia psitacci, Francisella
tulerensis, Coxiella burnetii) o no zoonóticas (Mycoplasma
pneumoniae, Chlamydia pneumoniae y Legionella
pneumophila), deben ser consideradas como
enfermedades sistémicas con afectación pulmonar, y por
ello tienen más chances de producir afectación
abdominal, incluyendo hepatoesplenomegalia y diarrea.
Las neumonías “típicas” causadas por Steptococcus
pneumoniae, Haemophilus influenzae y Moraxella
catarrhalis no suelen tener manifestaciones
abdominales, excepto que sean infecciones severas con
bacteriemia. En este caso, dada la mejoría con la
cobertura antibiótica para ambos cuadros (por separado)
y la ausencia de aislamientos, será improbable verificar
una misma etiología para ambos cuadros.
Con respecto a las vasculitis que afectan
sistema gastrointestinal, hay que realizar algunas
consideraciones. Las vasculitis que más frecuentemente
afectan tubo digestivo son: poliarteritis nodosa, lupus
eritematoso sistémico, síndrome de Churg-Strauss,
granulomatosis de Wegener, púrpura de Schönlein-Henoch,
arteritis de Takayasu, entre otras. Estas pueden causar
náuseas, vómitos, dolor abdominal, diarrea, melena y
enterorragia. Las complicaciones quirúrgicas son
frecuentes, e incluyen isquemia intestinal aguda con
infarto intestinal, a veces perforación intestinal y
cuadros de peritonitis. Las imágenes en TC abdominal
pueden mostrar engrosamientos parietales simétricos y
difusos, aunque con defectos de refuerzo post-contraste
en las secciones isquémica que se ven hipodensas.
También puede observarse dilatación de asas
intestinales. El cuadro de nuestra paciente es
compatible, aunque las imágenes no del todo. De todas
las vasculitis antes mencionadas, me referiré a la
Púrpura de Schönlein-Henoch en relación a la nefropatía
IgA.
La paciente padeció hace 6 meses una Nefropatía
por IgA que la llevó a la IRC terminal. Realizó
tratamiento inmunosupresor que suspendió hace 3 meses.
La nefropatía por IgA (o Enf. de Berger) es la causa más
frecuente de glomerulopatía primaria. Sólo afecta al
riñón, y se presenta con hematuria macroscópica (a veces
recurrente) siguiendo a una infección respiratoria alta
(50%), como hematuria microscópica o proteinuria
subnefrótica de hallazgo incidental (40%), o bien como
insuficiencia renal rápidamente progresiva o síndrome
nefrótico (10%). Esta paciente tuvo esta última forma de
enfermedad, la menos frecuente y la más grave. El
diagnóstico se realiza con biopsia renal, la cual
evidencia el depósito de inmunocomplejos de IgA, C3
e IgG en mesangio, el cual presenta proliferación
celular y expansión mesangial.
Este tipo de hallazgos son indistinguibles de los que
presenta la Púrpura de Schönlein-Henoch.
Es muy frecuente en niños, aunque un 10% de los
afectados son adultos. La lesión elemental es la
vasculitis leucocitoclástica, que produce una tétrada
clínica clásica: púrpura palpable (75-95%),
artritis/artralgias (85-45%), dolor abdominal (30-20%) y
enfermedad renal (50-20%). Si bien la forma de comienzo
incluye las manifestaciones cutáneas, a veces comienza
sin éstas, pero lo clásico es que aparezcan en el curso
de la enfermedad. El curso clínico se da en días o
semanas, y puede presentar recidivas. Las formas de
comienzo en edad adulta presentan características
distintivas: producen nefropatía severa en mayor
porcentaje (33%) y tienen, por ende, mayor gravedad. El
tratamiento es controvertido. En los niños suele ser
sintomático, ya que suele tener evolución favorable. En
adultos en cambio, suelen utilizarse los
glucocorticoides e inmunosupresores (ciclofosfamida), en
forma de pulsos cuando la afectación renal es severa y
la insuficiencia renal inminente. ¿Presentó nuestra
paciente un episodio de vasculitis mesentérica en el
contexto de una Púrpura de Schönlein-Henoch? Si bien
considero apropiado considerar este cuadro en una
paciente con una enfermedad inmunológica subyacente que
presenta vómitos, diarrea, dolor abdominal intenso y
engrosamiento parietal intestinal, parece poco probable
que sea el diagnóstico. El antecedente de la nefropatía
por IgA es sugerente, pero el cuadro clínico no presentó
las típicas lesiones de púrpura palpable ni artralgias.
La imagen de TC no es del todo concordante, y existe
otra enfermedad más frecuente que puede explicar el
cuadro. En sintonía con esto, la paciente mejoró en el
transcurso de 72-96 horas con terapia antibiótica
cubriendo focos infecciosos respiratorio y abdominal, y
no recibiendo medicación inmunosupresora. Es cierto que
presento un descenso considerable del hematocrito
durante 24-48 horas, lo cual remite a pensar en
hemolisis o hemorragia, si bien no hubo signos de
descompensación hemodinámica. La hemólisis fue estudiada
con un laboratorio que no mostró alteraciones de LDH y
bilirrubina, y con un Test de Coombs negativo. Tampoco
se evidenció sangrado externo ni por tubo digestivo.
Confirmar melena o enterorragia hubiera apoyado el
diagnóstico de isquemia intestinal por vasculitis con
infarto intestinal secundario, pero tanto el tacto
rectal como una sonda nasogástrica no evidenciaron
sangrado digestivo. Se controló evolutivamente
observando estabilización del hematocrito.
Concluyendo, creo que la paciente presentó una
neumonía junto a una enterocolitis infecciosa,
convenientemente tratadas según lo marca la evolución
del cuadro. Quedaría a considerar la categorización de
la neumonía como “asociada a cuidados de salud”, a la
hora de utilizar un esquema empírico inicial para los
gérmenes multirresistentes intrahospitalarios, adecuando
esta consideración a la flora bacteriana autóctona. La
imposibilidad de aislar gérmenes en pacientes con
neumonía y el bajo rédito del coprocultivo, junto a la
mejoría con el doble esquema antibiótico nos impedirá
saber si hubo relación etiológica entre ambos procesos.
La posibilidad de una vasculitis con afectación
mesentérica debe ser tenida en cuenta en pacientes con
afectaciones de índole autoinmune, si bien en este caso
el diagnóstico es muy alejado, teniendo en cuenta lo
atípico de la presentación (ausencia de vasculitis
sistémica previa, ausencia de lesiones en otras
localizaciones) y la evolución favorable sin tratamiento
específico.
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Discusión |
La discusión de este seminario
corresponde al 22 de octubre de 2009, a cargo del
Dr. Diego Bértola. |
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