Discusión del
caso clínico
Dr. Mauro
Tortolo
Se discute el caso de una paciente con fiebre, astenia,
dolor abdominal, masas retroperitoneales y antecedente
de tuberculosis ganglionar.
Entre las causas más frecuentes de masa
retroperitoneal –dato guía para comenzar el
análisis- se encuentran: tumores primarios (linfoma,
sarcomas), metástasis, fibrosis retroperitoneal e
infecciones: tuberculosis (TBC), micosis, actinomicosis,
etc.
Los linfomas retroperitoneales son en su mayoría
del tipo no Hodgkin; aunque hasta el 25% de los linfomas
de Hodgkin presentan dicha localización. En la
tomografía axial computada (TAC) se observan como masas
que captan homogéneamente el contraste, sin necrosis
central, que desplazan las estructuras retroperitoneales
(a diferencia de los observado en esta paciente); sin
invadirlas.
El 10% de todos los sarcomas son
retroperitoneales. Los más frecuentes son los
liposarcomas mixoides. En general son masas voluminosas,
heterogéneas, que invaden los órganos adyacentes. Los
aspectos imagenológicos en este caso distan de un
sarcoma retroperitoneal.
En base a los síntomas de la paciente y el fuerte
antecedente de TBC en dos ocasiones, considero a la
TBC recurrente un diagnóstico probable en este caso.
Para entender la evolución recurrente de la TBC voy a
remitirme brevemente a la inmunopatogenia de esta
enfermedad. La inmunidad innata logra controlar la
infección tuberculosa, pero la gran mayoría de las veces
no puede erradicarla totalmente, quedando muchos bacilos
en estado quiescente en el interior del granuloma. La
reactivación puede darse por cualquier alteración de las
defensas del huésped o por una proliferación primaria de
dichos bacilos. Este equilibrio de vida y muerte también
se observa en los macrófagos, cuya necrosis forma el
caseum y permite la diseminación de la infección. Hay
recientes avances en el conocimiento de la respuesta
inmune contra la TBC que permitirán desarrollar
tratamientos más efectivos. La TBC recurrente se observa
en hasta el 7% de los pacientes “inmunocompetentes” que
realizaron tratamiento completo y adecuado. En varias
series de casos se identificaron factores de riesgo para
este fenómeno: esquema de dosis trisemanal durante la
primera fase de tratamiento; TBC avanzada al momento del
diagnóstico (ej. cavernas pulmonares); y localización
extrapulmonar, como en esta paciente. Ante una probable
nueva recaída de TBC ganglionar en una paciente sin
infección por virus de la inmunodeficiencia humana (HIV)
considero importante estudiar otras causas de
inmunodeficiencias celulares. Inicialmente solicitaría
un recuento de las subpoblaciones de linfocitos,
determinación sérica de inmunoglobulinas (niveles
normales reflejan indemnidad de la actividad de
linfocitos T helper) e intradermorreacción con candidina
o histoplasmina como test funcional. Según los
resultados avanzaría con estudios más complejos. Un
indicio de una respuesta deficiente contra el M.
Tuberculosis en esta paciente es la anergia frente a la
intradermorreacción con PPD. Se observa hasta en el 20%
de los casos de TBC activa y puede responder a distintas
causas de inmunosupresión, malnutrición, mala técnica de
aplicación, etc. Con respecto a la TBC ganglionar
(forma confirmada en esta paciente en dos ocasiones),
debemos recordar que es la variante más frecuente de TBC
extrapulmonar, la edad de mayor incidencia es la tercera
y cuarta década de vida, y las mujeres son las más
afectadas. Las localizaciones más frecuentes son el
cuello y el mediastino, y mucho más rara es la
afectación inguinal. En este último caso es fundamental
descartar otra localización de la infección ya que es
aún menos probable que las adenopatías inguinales sean
primarias. La TBC ganglionar abdominal tiene algunos
rasgos distintivos en la tomografía: hasta en el 96% de
los casos se objetiva un refuerzo periférico en anillo
con hipodensidad central que revela la necrosis caseosa.
En el 60% el refuerzo es heterogéneo en algunos
sectores. No son comunes las adenopatías homogéneas. En
los cortes tomográficos de esta paciente las
características de la masa retroperitoneal no son al
menos las típicas de TBC.
En cambio, el contorno definido e irregular de la masa,
que es isodensa con el músculos adyacente, y que no
desplaza las estructuras retroperitoneales nos obligan a
plantear la fibrosis retroperitoneal (FRP) en
este caso. Ésta es una entidad rara (1/200.000
personas), es más frecuente en varones entre los 40 y
los 60 años, es primaria en más del 70% de los casos y
su patogenia no se conoce con precisión. Parece clara la
influencia genética (asociación familiar, etc.), en
algunos casos se propone una repuesta exagerada a la
aterosclerosis y en otros la patogenia autoinmune. Tal
es así que por lo menos en la forma idiopática se asume
un trastorno sistémico, potencialmente asociado a otras
numerosas enfermedades inflamatorias (lupus eritematoso
sistémico, espondilitis anquilosante, tiroiditis de
Riedel, pseudotumor inflamatorio, etc.) Varias son las
causas de FRP secundaria (30% de los casos):
·
Extensión de procesos inflamatorios intrabdominales y
retroperitoneales: aterosclerosis severa, apendicitis,
diverticulitis, infecciones (TBC, micosis,
actinomicosis), radioterapia, extravasación de material
de contraste.
·
Neoplasias (hasta el 8% de los casos de FRP): linfomas,
sarcomas, carcinomas de pulmón, mama, colon, etc.
·
Drogas: especialmente metisergida, un analgésico
retirado del mercado por este efecto adverso. Hay
reporte de muchas otros fármacos (betabloqueantes,
hidralazina, analgésicos no esteroides, etc.) donde la
relación parece ser más casual que causal.
Las características clínicas de la FRP son
inespecíficas, incluyendo dolor abdominal y lumbar
progresivo, síntomas sistémicos (pérdida de peso,
fiebre, astenia); lo que explica en parte el retraso
promedio de entre 6 a 12 meses para llegar al
diagnóstico. La TAC y la resonancia magnética (RMI)
pueden aportar datos orientadores para el diagnóstico de
FRP, que se observan en el caso presentado:
·
Masa irregular de límites definidos.
·
No hay desplazamiento de las estructuras
retroperitoneales (a diferencia de linfomas y otras
neoplasias).
·
Isodensidad con el músculo adyacente.
·
No hay afectación ósea per se.
Sin embargo la confirmación de esta entidad se obtiene
con la biopsia de la masa retroperitoneal. En ésta
pueden observarse distintas fases de la evolución (aguda
vascular, crónica avascular, vasculitis). En caso de
sospecha de neoplasia asociada de la FRP es
imprescindible la toma de varias muestras profundas para
identificar los islotes de células, ya que el estroma
acelular es indistinguible de otros tipos de FRP.
En esta paciente es probable la asociación entre TBC y
FRP. Revisando la literatura existen reportes de casos,
la mayoría a partir de aortitis o peritonitis
tuberculosa. Existen varios argumentos fisiopatogénicos,
muchos de ellos experimentales, que vinculan a la TBC
con trastornos autoinmunes. Como se dijo previamente, la
patogenia autoinmune explicaría muchos casos de FRP.
En este caso se recurrió a la biopsia de adenopatías
inguinales como procedimiento diagnóstico, sin obtenerse
resultados concluyentes. Si bien en ocasiones anteriores
la confirmación de TBC fue a partir de muestras de la
misma región, en este caso el tamaño de los ganglios era
normal, y principalmente existe una masa retroperitoneal
significativa que no puede ser soslayada. Este
procedimiento ocasionó un retraso diagnóstico y por lo
tanto terapéutico. “Go where the money is”,
recuerda la ley de Sutton, que aplicada en medicina nos
remite a considerar las probabilidades previas de éxito
antes de dirigir un procedimiento, lo cual permite
evitar demoras diagnósticas y terapéuticas. En este caso
particular, hubiera sido apropiado biopsiar la masa
retroperitoneal inicialmente, debido a la mayor
probabilidad de hallar resultados patológicos en esta
localización.
Como conclusión creo que la masa retroperitoneal en esta
paciente es consecuencia de FRP secundaria a TBC
ganglionar recurrente. Sin embargo no pueden ser
descartadas otras causas (infecciones, neoplasias,
idiopáticas) por lo que el diagnóstico histológico es
impostergable. Sugiero una biopsia profunda accediendo
por laparoscopía, para que la muestra sea representativa
(por los motivos ya explicados). Es esencial el
diagnóstico temprano para un abordaje terapéutico
destinado principalmente a preservar la función renal y
evitar otras complicaciones (compresión de vena cava
inferior, hipertensión secundaria, etc.).
En caso de confirmar la TBC ganglionar se recomienda un
esquema de 6 meses, similar al tratamiento para TBC
pulmonar; y en este caso en particular el seguimiento a
largo plazo contemplando una eventual inmunodeficiencia
celular ante el riesgo de una nueva recaída.
Si no se obtiene evidencia concluyente de TBC queda en
duda un eventual tratamiento empírico con drogas
antibacilares, en base a la alta probabilidad del
diagnóstico.
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