Autoridades y autoritarios
Alcides A. Greca
El estado soy yo.
Luis XIV
Rey de Francia entre 1774 y 1792
Existen pocos conceptos tan confundidos, como los de autoridad y autoritarismo. Cuando se pretende que se cumpla una norma, que se respete una legislación vigente o que se acate una disposición cualquiera, automáticamente surge, de una manera casi infantil una reacción en contrario. Nos resistimos a cumplir consignas, aun cuando sepamos que son idóneas para proteger nuestra seguridad, nuestro patrimonio o nuestra salud.
Un constituyente esencial del principio de autoridad es el asegurar el cumplimiento estricto de la ley, hacer que ésta sea equitativa para con todos y que todos deban respetarla por igual. No importa cuán estrictas sean las normas establecidas; si a todos se les exige de la misma forma, no generarán resistencias importantes ni resentimientos. El jefe, o quien ejerce la conducción del grupo del que se trate, debe garantizar esta equidad, siendo él el primero en someterse a lo establecido.
A menudo, este tipo de liderazgo suele ser tildado de autoritario y criticado en algunos ambientes. Los más jóvenes lo cuestionan, en particular cuando de poner límites se trata, pero en aparente paradoja, descalifican implícita o explícitamente a quien, ejerciendo la función de líder (sucedánea de la función paterna), deja esos límites en la imprecisión y en la nebulosa. Es entonces cuando ellos mismos le reclaman, a veces a viva voz, que ponga las cosas en sus carriles.
Existe un tipo de jefatura que se ejerce todavía con gran frecuencia en nuestros ambientes laborales y académicos. Se trata de aquel conductor que poniéndose por encima de la ley, y atribuyéndose a sí mismo el poder absoluto, prescinde de la norma escrita, la transgrede él en primer lugar y luego da a unos y quita a otros a su arbitrio y sin explicación alguna.
En este tipo de actitud reside a nuestro juicio el verdadero autoritarismo; no se trata de ejercer una férrea disciplina, menos aún una cuidadosa vigilancia. El auténtico autoritario es aquél que confunde la norma con quien debe hacerla cumplir.
La autoridad en cambio, cimentada en el respeto, la admiración y el afecto de los subordinados por quien los conduce, tiene su base fundamental en que todos se hagan esclavos de la ley, para que en ese marco, puedan ejercer la libertad.
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