Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

Liderazgo y caudillismo en medicina

Alcides A. Greca

Si el discípulo no supera al maestro,

no es bueno el discípulo ni es bueno el maestro.

Proverbio chino

La historia universal puede ser concebida como el camino señalado por el derrotero de grandes líderes, de personalidades singulares que imprimieron su sello a distintas épocas debido a la influencia insoslayable que tuvieron en el terreno del intelecto, de la política, de la pericia militar o del espíritu. Siempre ejercieron el poder como una consecuencia inevitable del respeto y de la admiración que sus virtudes y sus capacidades generaron en sus semejantes (partidarios o adversarios) pero un constituyente esencial de ese ejercicio fue propender al crecimiento polifacético de quienes los rodeaban, individualmente o como sociedad. Muchas veces el influjo de su pensamiento trascendió ampliamente su existencia física y sus nombres se convirtieron en arquetipos para la humanidad. En todas las épocas se dieron estos casos, y aunque los antropólogos piensan que han emergido como resultado de una determinada efervescencia social de cada momento histórico que hacía necesaria su aparición, resulta indiscutible que fueron ellos mismos singularidades sobresalientes por sus propias características y resulta difícil imaginar cómo hubiera sido el mundo de no haber existido Jesucristo, Marco Aurelio, Napoleón Bonaparte, el Mahatma Gandhi, Albert Einstein o Sigmund Freud.

Es condición fundamental del liderazgo permitir y estimular el desarrollo de los valores más prominentes de los individuos y de los grupos sociales. El líder induce y enciende la chispa para que alguien eche a volar toda su capacidad y su talento. Es propio del liderazgo la credibilidad y el magnetismo de que está impregnada la personalidad del líder. ¿En qué se diferencia el verdadero Jesucristo de los millares de alienados que en todas las épocas han creído ser su reencarnación? Sin duda alguna la diferencia radica en que al verdadero, una gran cantidad de gente (tanto sus contemporáneos como la posteridad) le creyó y no dudó en seguirlo.

Otro tipo de conductores, los caudillos, de los que la historia también es pródiga en ejemplos, se caracterizan en cambio por requerir de sus seguidores sumisión incondicional, culto a su personalidad y aceptación reverente para que ellos, los caudillos, tengan un poder casi omnímodo sobre sus vidas. Nadie que intente crecer y despegarse de su dominio atenazante es tolerado y nadie que no acepte sus designios puede permanecer a su lado. Los caudillos no tienen sucesores ni continuadores de su obra, simplemente porque su única obra es crear una atmósfera genuflexa a su alrededor.

“El Príncipe – decía Maquiavelo – intentará ser amado o temido, mas nunca odiado y para no serlo evitará inmiscuirse con la propiedad, con la honra y con las mujeres de sus súbditos”. Napoleón Bonaparte, que tenía a “El Príncipe” como su libro de cabecera, anotó en el margen: “Creo que Maquiavelo restringía en demasía las prerrogativas del Príncipe”. Es evidente que grandes líderes se han visto tentados algunas veces por revestirse de algún rasgo caudillesco.

Las improntas culturales atraviesan a la sociedad transversalmente y ningún subgrupo puede quedar al margen. Creo que es por eso que en América Latina, y en particular en nuestra Argentina, donde el caudillismo ha sido quizás más notorio que en otras latitudes (basta repasar con la memoria los siglos XIX y XX para comprenderlo) nuestras sociedades han padecido pero al mismo tiempo reivindicado la figura del caudillo. En medicina ha ocurrido algo parecido. “Yo me formé con Fulano” dicen muchos médicos como mostrando un blasón y ese “formarse con ...” quiere decir casi siempre que el Fulano en cuestión ha hecho un prolijo rediseño del cerebro del discípulo que ha dado como resultado que éste piense, actúe y hasta hable como el “maestro” caudillo. Muchas veces hemos visto cómo estos maestros han decidido directamente y sin dar lugar a cuestionamiento ni a objeción alguna sobre el rumbo que debía tomar la carrera e incluso la vida privada de sus colaboradores.

No dejaron que los jóvenes desarrollaran sus potencialidades o al menos no lo hicieron mientras les fue posible evitarlo. Los verdaderos líderes intelectuales y modelos éticos en medicina han existido y existen todavía pero son minoría porque pocos comprenden, después de un arduo y doloroso proceso de domesticación del narcisismo que el médico como el docente debe trabajar para desaparecer. Es decir, el médico y el docente cumplen su función en forma total y definitiva cuando el enfermo y el alumno ya no los necesitan.

El liderazgo en medicina es un rol que sólo unos pocos pueden cumplir y debe estar imbuido de una intención de sacar a la luz, de cada uno lo que éste tiene de más valioso. Y por sobre todo debe intentar hacer abandonar el pensamiento acrítico y reemplazarlo por el hábito de la curiosidad y de la búsqueda constante. El líder tiene como principal función hacer que se desarrolle en quienes lo rodean el germen de la incertidumbre que al decir de Henri Laborit en su notable libro “La nueva grilla”, es hermana de la angustia y madre de la creatividad.

 

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