Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

El reconocimiento

Alcides A. Greca

El hombrecito gris, de mirada inexpresiva y glacial,
descubre en una de las primeras páginas del libro,
una dedicatoria cifrada, plena de gratitud, que solamente él puede entender.
Se acerca al cajero resueltamente y le alcanza el libro.
-¿Es para regalo?
-No….Es para mí.

Escena final de la película “La vida de los otros”

La gratitud es, a no dudarlo, una de las virtudes más apreciadas en los seres humanos. Retribuir con afecto a quienes de una u otra forma nos han ayudado en algún momento difícil o trascendente de nuestra vida es condición de bien nacidos y su contrapartida, es decir, el olvido liso y llano de nuestros benefactores, motivo de reprobación y de crítica. Todos tenemos, en mayor o menor medida, algún peso en la conciencia, por no haber sido suficientemente agradecidos con alguien significativo, o por lo menos (lo cual es más o menos lo mismo), no haber sido capaces por timidez o por simple negligencia, de hacérselo saber.

Es común que los médicos nos sintamos a menudo dolidos por la ingratitud de nuestros pacientes. Nos parece que muchas veces, una vez recuperada la salud, que como es lógico, se considera un bien intangible, al cual tenemos derecho naturalmente y por el cual a nadie tenemos que agradecer, se olvidan de nosotros por más ardua y difícil que haya sido la reconquista y por más decisiva que haya sido en ella nuestra participación.

Podemos autoengañarnos diciéndonos que no nos interesa la recompensa del agradecimiento, que hacemos nuestra tarea sin creernos acreedores más que a una retribución razonable por nuestra tarea profesional, que con la simple satisfacción del deber cumplido, nos sentimos suficientemente justificados en nuestro esfuerzo. No son más que piadosas mentiras surgidas de nuestra esencia melancólica, que nos hace tender a colocarnos por encima de nuestra humana naturaleza y propender a ideales, que por tales, son inalcanzables. No entenderlo así y no reconocer para nosotros mismos cuanto nos duele la ingratitud, puede hacernos caer en el hastío y la depresión. No es porque sí, que los médicos somos frecuentes víctimas de esta desgarrante experiencia y reaccionamos con escéptico fatalismo o con apasionada indignación.

Aquéllos que tenemos además de nuestra función cotidiana de atender enfermos, la de formar discípulos, a veces somos objeto de homenajes, de halagos y de lisonjas a cuyas mieles, son muy pocos los que pueden permanecer inmunes. Nuevamente, negar esta tan humana debilidad, no sería más que intentar nuevamente colocarnos un peldaño por encima del común de los mortales. Es ésta una tendencia particularmente común entre los médicos.

Hay gratitudes en la vida, que por distintas razones no se pueden hacer públicas de una manera ostentosa y evidente. Como en el caso de la película del epígrafe, deben decirse entre líneas, de manera simbólica o en lenguaje no convencional. A veces un simple gesto es suficiente para hacernos llegar el mensaje de un enfermo o un discípulo que sólo puede así hacernos saber de su reconocimiento.

Es de trascendente importancia que sepamos interpretar este lenguaje no verbal y que le sepamos transmitir con claridad y sin falsa modestia, que somos sensibles al agradecimiento y que nos resulta importante para seguir adelante. Porque en definitiva re-conocer es precisamente volver a conocer, es decir reparar en la existencia de alguien o de algo que por algún motivo, ha sido significativo para nosotros. Y a todos nos importa no pasar por la vida sin que nadie se preocupe por re-conocernos.

 


 

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