Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

Lo virtual y lo real

Alcides A. Greca

El mundo soy yo y mis percepciones.

René Descartes

En el siglo XVII, cuando Descartes formuló la sentencia del epígrafe, poca duda cabía acerca de que el sujeto se enfrentaba al universo de lo real y que toda la realidad lo circundaba como un “algo” a ser detectado, registrado, reconocido. Si bien se aceptaba que el individuo formaba parte de todo ese complejo, no se concebía ningún interjuego ni la más mínima interacción entre el hombre y sus circunstancias, como no fuera que los sentidos le permitían aprehender la realidad. El mundo virtual era entonces, dominio de la fantasía y de la imaginación de poetas, novelistas, músicos y artistas plásticos que sobre los albores del siglo XX lo plasmaron en el movimiento artístico que se conoció como surrealismo que, no por azar, fue contemporáneo de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, y se concibió como una manera de expresar todo el mundo de lo inconsciente y de los sueños. Esta realidad onírica no era entonces menos perceptible que la otra concreta, que los sentidos permitían explorar; por el contrario, el sueño fue considerado, no sin acierto, como una ventana al inconsciente. El desarrollo de la lingüística pareció dar en el blanco cuando aseveró: Todo aquello que se puede nombrar es real. Parecía claro que aquellas cosas que nuestro lenguaje no podía señalar no podían existir; sin embargo, muchos cuestionaron la capacidad del lenguaje para describir emociones, sensaciones y percepciones metafísicas que resultaban verdaderamente inefables y no por ello menos reales.

“Lejos están las palabras de poder expresar las emociones que sólo la música puede poner de manifiesto”, sentenció Beethoven, quien – fácil es comprenderlo – se sentía mucho más representado en su esencia por las notas musicales que por las letras sobre el papel. A medida que se fue desarrollando el concepto de complejidad, con Edgard Morin como impulsor fundamental se fue entendiendo que el hombre forma parte de su entorno de manera indeleble, que lo modifica en forma constante y es modificado en igual medida por sus circunstancias. El concepto de subjetividad se modificó sustancialmente y el sujeto dejó de ser un ente inmutable para ser una construcción permanente. Sin embargo, esta aparente novedad que se denominó epistemología de la complejidad, tuvo antecedentes muy remotos que nos retrotraen a los filósofos de la Grecia clásica. Decía Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río y esto se explica en que la corriente fluvial nunca se detiene y el río es siempre el mismo en un sentido y siempre distinto en otro. Pero agregaba Heráclito – y esta parte de la sentencia es menos conocida y citada – que los cuerpos se disuelven en las aguas. Es decir que el río muta de continuo pero los seres y las cosas también.

En nuestra época de sofisticada tecnología en que ciberespacio y mundo virtual parecen conceptos familiares para todos, la Internet se ha enseñoreado de nuestras vidas casi en todos los niveles. La utilizamos para informarnos, para estudiar, para guardar conocimientos a la manera de una biblioteca infinita y también para comunicarnos. Este nivel de comunicación virtual puede ser objeto de diversos análisis, que exceden el propósito de estas líneas, pero es innegable que en lo que a medicina se refiere es una herramienta poderosa. La pedagogía aplicada a la medicina en los tiempos que corren ya no es concebible independizada de la red.

Sin embargo, no sólo ahora manejamos los médicos los conceptos de realidad y virtualidad. La propia nominación de las enfermedades no es más que una formulación de entelequias que utilizamos los médicos para darnos un reaseguro de nuestros conocimientos y para darle al paciente la sensación de que sabemos qué es eso que lo hace sufrir. Cuándo los enfermos nos preguntan “¿qué tengo?”, rara vez significan exactamente eso. En realidad necesitan saber si pueden abrigar esperanzas de curación, si podrán evitar el dolor o cómo van a morir. De todas maneras, a menudo nominar la enfermedad produce en el enfermo un alivio, como si el nombre exorcizara inconscientes fantasmas.

Lo virtual y lo real en medicina han convivido desde siempre. En un sentido profundo, lo único auténticamente real es el sufrimiento y la angustia que conlleva. Los nombres, los discursos, los análisis y los ejercicios intelectuales de los médicos no son más que máscaras a las que echamos mano para no sentirnos tan desamparados frente al sufrimiento y a la angustia. Pero por fortuna, como decía el poeta, nos queda la palabra y la seguiremos utilizando para enfrentar la enfermedad, el dolor y la muerte, para confortar, para sostener y también, cómo no, para darnos fuerzas los médicos, unos a otros, en este cara a cara cotidiano con nuestros temores más secretos.


 

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