LA DISOCIACIÓN
INSTRUMENTAL
Alcides A. Greca
Algunas veces, cuando
nos sentimos enfermos, querríamos que nuestro médico demostrara
estar más involucrado con nuestro sufrimiento o con nuestra
preocupación. Lo percibimos como un ser inaccesible, atento a
una serie de variables que a él le interesan enormemente, puesto
que señalan la evolución de nuestra enfermedad, pero que no
forman parte de nuestras prioridades. Aun en pleno
reconocimiento de su idoneidad profesional, no sentimos tener un
espacio en su agenda para plantearle nuestras dudas o nuestras
angustias, porque él parece estar más interesado en otros
aspectos.
“Yo le consulto esto a
Ud., doctor, porque al Dr. Fulano (tal vez un interconsultor de
gran jerarquía y de muy autorizada opinión) no me animo a
molestarlo con mis preguntas, tal vez tontas”, dicen algunos
enfermos evidentemente necesitados de contención. Hecha la
aclaración de que las preguntas nunca son tontas, acaso lo sean
muchas veces, las respuestas; si nos interesamos en el porqué de
tal inhibición, solemos recibir como explicación: “No lo sé, él
me parece alguien lejano, aunque reconozco que sabe muchísimo”.
Saber muchísimo no es
suficiente para ser buen médico, si por tal cosa entendemos
alguien capaz de ayudar fácticamente a su paciente. Este ser
lejano, sentado en el Olimpo de su sapiencia y sin la más mínima
dosis de identificación con el padecimiento, se verá impotente a
la hora de la ayuda y el enfermo correrá en busca de otra tabla
de salvación.
Algo muy diferente
ocurre con otro modelo de médico: aquél que vive cada enfermedad
de cada paciente como si fuera la de su propio hijo y siente
genuina tristeza por una mala evolución o por un mal pronóstico
y no pocas veces no puede contener una lágrima ante un
desenlace, que aunque predecible, le resulta difícil de tolerar.
Los pacientes perciben rápidamente a estos médicos vulnerables,
comprenden que sus noticias los conmueven demasiado y hasta
llegan a inhibirse de comunicárselas porque “el doctor es tan
humano, tan sensible…” Y así se llega a invertir los roles:
quien debe ser contenido termina conteniendo.
Nuevamente aparece la
inhibición y la impotencia. El médico está literalmente
imposibilitado de ayudar (es decir de cumplir adecuadamente con
su función), sencillamente porque está necesitando que lo ayuden
a él.
“Póngase en mi lugar,
doctor. Le ruego que piense por un instante en lo que sentiría
Ud. si se tratara de una hija suya”, le dijo cierta vez a un
neurocirujano, una madre angustiada por el grave traumatismo de
cráneo de su hija. El médico en cuestión, luego de sostenerle
las manos implorantes, se alejó diciendo por lo bajo: “Es que
tengo muchos internados y no puedo tener tantos familiares
graves al mismo tiempo”.
El médico que se
involucra masivamente resulta ineficaz. Tal vez por eso nadie
puede ser un buen médico de un ser muy querido, sea familiar
directo o amigo íntimo. Tan ineficaz resulta en ese caso como el
que no se involucra en absoluto. ¿Qué hacer entonces?
Seguramente la respuesta debe estar como siempre, en el punto
medio, pero ¿cómo lograrlo?
Desde los años
primeros de la práctica médica, es necesario desarrollar la
capacidad de disociación instrumental, es decir que el médico
haga una suerte de escisión entre un ser que comprende la
preocupación, la angustia, los miedos de su enfermo y es capaz
de sostenerlos en lugar de minimizarlos y descalificarlos (lo
cual acrecienta la inseguridad del paciente y mina su confianza)
y otro ser que puede mantener una prudente distancia emocional
que le haga posible tomar decisiones, no siempre sencillas, no
siempre exentas de peligro, en suma por lo general, ingratas.
Esta disociación de la
que hablamos puede tener alguna connotación esquizofrenizante,
puede pensar el lector. Es posible, le respondo, si no es
manejada como una técnica consciente y aplicada en la medida
adecuada en la relación médico-paciente.
Hablo de técnica, y
como tal es pasible de ser aprendida y perfeccionada. No puede
ser utilizada intuitivamente, porque tiene sus pasos, su
desarrollo y su culminación. Introducirla bien o mal es nada
menos que la diferencia entre ser terapéutico y ser iatrogénico,
entre ayudar y hacer daño, entre ser útil e inútil por completo.
Ser buen o mal médico no es otra cosa que ser capaz de brindar
asistencia con idoneidad y empatía y nada tiene que ver con dar
conferencias brillantes, publicar trabajos científicos o libros
de medicina. Por eso creo que a la técnica de la disociación
instrumental, ningún medico debería darse el lujo de intentar
ignorarla.
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