Las cuestiones del rol
Alcides A. Greca
En un hombre viven
todos los hombres.
Jorge Luis Borges
Suelen
decir los franceses que cuando un actor o actriz tiene una
apariencia física que se adapta exactamente a la que se espera
del personaje que va a encarnar, lo asiste una ventaja
comparativa innegable que denominan el physique du rôle.
Es difícil que un longilíneo de abundante cabellera pueda
ponerse creíblemente en la piel de Winston Churchill, o que un
pícnico pueda interpretar al general De Gaulle. ¿Es que todo es
mera apariencia?
Se trata
de una pregunta de difícil respuesta por cuanto la separación
nítida entre esencia y apariencia no es posible en sentido
estricto. La subjetividad es un complejo fenómeno que se
construye permanentemente de manera recursiva en el interjuego
constante entre el ser humano y su medio. Este concepto no es,
en modo alguno, novedoso.
Heráclito
de Efeso, filósofo presocrático, decía hace tan sólo veinticinco
siglos que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, haciendo
referencia a la permanente mutación del ambiente. Pero agregaba
(y esto es menos citado) “y los cuerpos se disuelven en las
aguas”, pensando en que también los sujetos se van haciendo
distintos en diversas circunstancias.
Es
evidente que una persona no puede compararse a sí misma en
diferentes situaciones: solemos ser serios con nuestros
pacientes y alumnos, relajados y de risa fácil en una reunión de
amigos, con tendencia a dar consejos a los jóvenes y
predispuestos a decir chiquilladas a los niños pequeños. ¿Cuál
de nosotros es el verdadero?
Todos, sin
duda, aunque quien sólo nos ha visto desempeñando un rol pueda
llegar a sorprenderse y desconocernos si nos observa en otro, e
incluso pueda pensar que se trata de una persona diferente, con
nuestra misma apariencia. En rigor, esto es así: somos
diferentes personas en la medida en que desempeñamos distintos
roles.
En la
época actual, existe una tendencia en nuestra sociedad a
desdibujar los roles. Con la excusa de ser menos estructurados,
de desacartonarnos, de no aparecer ante los demás como demasiado
rígidos, es frecuente que renunciemos a la función específica
que se espera de nosotros en una circunstancia determinada.
Padres o madres que por no ser tildados de severos y
autoritarios, pretenden ser “amigos” de sus hijos; jefes, que en
aras de una mal entendida democratización, convierten a sus
grupos de trabajo, en cuerpos colegiados en permanente estado
deliberativo; médicos que abandonan su papel de cuidadores de la
salud de sus pacientes para compartir con ellos otro tipo de
vínculos. ¿No es posible ser el médico de familiares y amigos?
Si se tratara de una relación psicoterapéutica, cualquier
psicólogo nos diría enfáticamente, que se trata de una
contraindicación absoluta: nadie puede ser el terapeuta de un
paciente, con quien esté ligado por lazos afectivos, aun cuando
estos no sean profundos.
Para los
médicos, el tema no está tan taxativamente vedado, pero es
notorio, que en esas circunstancias es muy difícil mantenerse en
el rol, y esto en la mayoría de los casos termina
transformándose en un motivo de iatrogenia. Pasar por alto
elementos significativos que denotan gravedad, por inconfesado
temor de descubrir algo grave en alguien muy cercano o
sobrevalorar signos y/o síntomas intrascendentes, son sólo
algunos de los daños que involuntariamente, podemos provocar en
nuestros pacientes “queridos”. Ante tal posibilidad, lo mejor es
abstenerse, y utilizar los conocimientos médicos para recomendar
la consulta con alguien que idóneamente, pueda desempeñar el rol
que el enfermo necesita.
Desdibujar
los roles siempre tiene efectos perjudiciales. Los hijos
“amigos” de sus padres suelen sentir la enorme carencia del
papel parental, en lo que éste tiene de guía, de contención y de
establecimiento de límites, transformándose en verdaderos
huérfanos funcionales, con todas las secuelas emocionales que
esto implica. La tropa que delibera en pie de igualdad con quien
debería comandarla, es probable que se transforme en una fácil
presa de las fuerzas enemigas y los enfermos que van en busca de
un sostén y un cuidado de su salud, tanto para conservarla como
para recuperarla y se encuentran con un compinche en el
consultorio, que les festeja sus transgresiones y nada les dice,
por “comprensivo”, de sus conductas autodestructivas,
posiblemente salgan de la consulta más enfermos que lo que
entraron.
|