Discusión del
caso clínico
Dr. Fabricio
Racca
Voy a
analizar el caso de un paciente varón de 42 años, con
antecedentes de infección por HIV diagnosticado hace 13
años, en tratamiento antirretroviral hasta hace 2 meses,
con último recuento de linfocitos CD4 de 201/mm3
en septiembre de 2009. A su vez, presenta serología
positiva para VHC, es ex adicto a drogas inhalatorias,
etilista y tabaquista, actualmente en tratamiento con
tuberculostáticos (doble asociación) fase de
consolidación e itraconazol por diagnóstico de
tuberculosis e histoplasmosis ganglionar
respectivamente, con leucocitosis severa (70.000/mm3)
y trombocitosis. Se internó por probable intercurrencia
infecciosa con foco respiratorio.
Como eje
de estudio en nuestro paciente abordaré el trastorno
hematológico e intentaré identificar las probables
etiologías, los métodos de estudio correspondientes y su
eventual tratamiento.
Para
empezar, estamos ante la presencia de una
hiperleucocitosis, y si bien existen numerosas causas,
ante un valor mayor a 50.000 leucocitos/mm3, debemos
descartar dos grupos de entidades nosológicas: las
reacciones leucemoides y la proliferación clonal de
neoplasias de origen hematológico.
La reacción leucemoide se
define como el aumento de los leucocitos por encima de
50.000/mm3 que ocurre como respuesta a muchas
enfermedades, sean infecciones agudas o crónicas,
intoxicaciones, hemorragias o hemólisis severa,
cetoacidosis diabética, quemaduras graves, neoplasias
(riñón, mama y estómago) o neoplasias que infiltren la
médula ósea y presentan una liberación masiva de
leucocitos inmaduros a la sangre periférica, que puede
confundirse con una leucemia mieloide crónica. Se
observa un incremento exagerado de neutrófilos tanto
maduros como en banda e inclusive inmaduros (blastos)
con una desviación franca a la izquierda. El cromosoma
Filadelfia es negativo, el índice de fosfatasa alcalina
granulocitaria está muy elevado.
Existen tres tipos de reacción leucemoide: mieloide,
linfoide y monocitoide. Las reacciones leucemoides
mieloides neutrofílicas son las más frecuentes; se deben
a infecciones bacterianas y consisten en un aumento de
neutrófilos encayados. Las reacciones leucemoides
linfoides presentan una linfocitosis absoluta, donde se
pueden apreciar linfocitos atípicos o “virocitos” y
células inmaduras; se observa en las infecciones virales
(mononucleosis y hepatitis) y posterior a vacunas. Las
reacciones leucemoides monocíticas son raras y se
observan en las parasitosis.
Para diferenciar una reacción leucemoide de la leucemia
mieloide aguda, esta última cursa con un porcentaje alto
de blastos en el frotis de sangre periférica, el examen
de la médula ósea muestra un exceso de blastos clonales
que desplazan al resto de la serie hematopoyética; o
sea, anemia, leucocitosis y/o leucopenia y
trombocitopenia.
La leucemia mieloide crónica cursa con esplenomegalia,
el índice de la fosfatasa alcalina granulocitaria es
baja y en el extendido de sangre periférica presenta
todos los períodos de diferenciación de la serie
mieloide, desde el blasto hasta el segmentado maduro,
con un número elevado de eosinófilos y basófilos. Las
técnicas citogenéticas o de hibridación fluorescente in
situ, revelan la presencia del cromosoma Filadelfia.
Las infecciones que pueden producir un cuadro sanguíneo
periférico que recuerden la leucemia mieloide aguda son
la neumonía, septicemias, endocarditis bacteriana,
meningitis y difteria. La leucemia linfocítica: tos
ferina, mononucleosis infecciosa, infección por
citomegalovirus, parotiditis y la linfocitosis
infecciosa. La tuberculosis puede remedar a las
leucemias mieloide, linfoide y monocítica.
Como mencionábamos en la presentación del caso clínico,
nuestro paciente tiene diagnóstico de tuberculosis
ganglionar, enfermedad marcadora de SIDA, siendo la
principal causa de muerte en el tercio de los pacientes
con HIV. Constituye la localización extrapulmonar más
frecuente, con recuento absoluto de CD4<300/mm3,
generalmente < 100/mm3 y con una edad promedio de 40
años. La fisiopatogenia se debería a la reactivación de
un foco de tuberculosis latente o secundario a la
diseminación hematológica, conocida como tuberculosis
miliar o diseminada.
La localización más frecuente a nivel linfático son los
ganglios cervicales (63 – 77 %) y supraclaviculares,
unilaterales, con signo-sintomatología local.
Generalmente no se acompaña de síntomas sistémicos, y
las masas ganglionares pueden estar presentes 12 meses
previos al diagnóstico. También se encuentra descripto
en la literatura el compromiso a nivel linfático del
hígado, con ictericia, trombosis de la vena porta e
hipertensión portal. Además puede comprometer las
arterias renales extrínsecamente y provocar hipertensión
renovascular.
En un porcentaje no despreciable de pacientes, al
momento del diagnóstico se presentan junto a otras
enfermedades oportunistas, como en el caso de nuestro
paciente, quien presenta diagnóstico de histoplasmosis.
El
diagnóstico histopatológico y microbiológico le dan la
certeza a este cuadro infeccioso para posteriormente
realizar su respectivo tratamiento tuberculostático. El
mismo no difiere del tratamiento de la tuberculosis
pulmonar, aunque presenta hasta una cifra cercana al 30
% de “reacciones paradojales”; lo que significa que a
pesar del adecuado tratamiento, el tamaño de las
adenopatías, luego de un período en promedio de 6
semanas presenta un aumento de las mismas. Si bien esto
no es del todo claro, se debería a una respuesta
inmunológica desencadenada por la acción bactericida del
tratamiento farmacológico, y sería más frecuente en
aquéllos que reciben concomitantemente antirretrovirales
o que presentan la enfermedad diseminada. La tasa de
recaída es de aproximadamente 3,5 % a pesar de la
realización correcta y los controles adecuados durante
el tratamiento.
Ahora
bien, creo conveniente plantear la posibilidad de que no
sólo presente una localización aislada extrapulmonar,
sino que sea parte de las manifestaciones de una
enfermedad diseminada, la cual era conocida como
tuberculosis miliar, denominada originalmente de esta
manera por su aspecto similar al grano de mijo que se
evidenciaba en las lesiones del parénquima pulmonar.
Presenta un patrón radiológico retículo-nodulillar
característico, y actualmente denota una enfermedad
progresiva, que en algunos casos están ausentes tanto la
signo-sintomatología como el patrón imagenenológico
característico, sobre todo en pacientes con enfermedad
por el virus de la inmunodeficiencia humana.
La
patogenia puede deberse a tres tipos:
·
Enfermedad primaria
progresiva, la cual se desarrolla dentro de los primeros
seis meses desde la infección primaria, a nivel pulmonar
con posterior diseminación por vía hematógena hacia los
órganos más vascularizados como el hígado, el bazo,
médula ósea y en cerebro.
·
Reactivación a partir de
un foco infeccioso latente, con la consecuente erosión
de los vasos linfáticos o sanguíneos e implantación en
órganos a distancia. Generalmente se produce luego de
años o décadas desde la primoinfección, en asociación a
factores de riesgo demostrables como la coinfección con
HIV, tratamiento con corticoides a largo plazo,
conectivopatías, desnutrición, alcoholismo, ancianos,
embarazo, cáncer, trasplantados de órgano sólido o
médula ósea con tratamiento inmunosupresor.
·
Iatrogénica.
En cuanto
al cuadro clínico es variable y puede ser dividido en
tres grupos:
·
Tuberculosis miliar aguda,
que es aquella que se manifiesta inmediatamente
posterior (rápida) al período de la primoinfección, o
como resultado de la reactivación (severa) de un foco
infeccioso crónico que puede presentarse como distrés
respiratorio agudo del adulto o falla sistémica
multiorgánica.
Los hallazgos histopatológicos característicos son los
granulomas caseificantes.
·
Tuberculosis tardía
generalizada, es aquella que se refiere a la
diseminación hematógena distante del foco primario, el
cual no es aparente. En la era post antibiótica el foco
generalmente es extrapulmonar y difícil de
individualizar. Las manifestaciones son de tipo
subagudas o crónicas, con fiebre prolongada de origen
desconocido, o sudoración nocturna. En una revisión
publicada por la revista CHEST en el año 1991, en los
EEUU el 20% de los casos se realizaba el diagnóstico
postmortem.
·
Tuberculosis no reactiva o
anérgica, la cual es mucho menos frecuente que las
anteriores, definida por sus características
histológicas en las cuales no se evidencia granulomas,
sino microabscesos con gran cantidad de bacilos, y
respuesta predominantemente neutrofílica, por lo cual el
diagnóstico es generalmente por aislamiento de BAAR en
los cultivos respectivos. Clínicamente se caracteriza
por cuadros que van desde sepsis hasta cuadros no
específicos tipo tifoideos.
Como
mención especial de acuerdo al caso presentado, la
tuberculosis miliar, entre los múltiples órganos y
sistemas afectados, compromete a nivel gastrointestinal
el parénquima hepático con elevación de la fosfatasa
alcalina (83 %), de las transaminasas (42 %), también
puede presentarse como colecistitis, ictericia, ascitis
y también con cuadro de pancreatitis.
Entre los
hallazgos del laboratorio se destacan las alteraciones
hematológicas como la anemia de tipo normocítica,
normocrómica en un 50 % de los pacientes. El recuento
de glóbulos blancos es generalmente normal, aunque
también puede presentar en forma equitativa leucopenia
o leucocitosis o desviación hacia la izquierda. En
algunos casos es una hiperleucocitosis, tipo reacción
leucemoide que obliga descartar patología neoplásica
hematológica primaria como la leucemia mieloide crónica,
que puede ser imitada por una infección de estas
características. Puede acompañarse de trombocitopenia o
trombocitosis.
La eritrosedimentación se encuentra elevada al igual que
otros reactantes de fase aguda. Dentro de las
anormalidades del medio interno la más frecuente es la
hiponatremia, y más raramente la hipercalcemia.
La piuria estéril está presente hasta un 32 % de los
pacientes con tuberculosis miliar.
Como relevante en cuanto al diagnóstico por imágenes de
esta entidad y en relación al caso en discusión, entre
un 14 - 55 % de los casos según las series, presentan
radiografía de tórax normales.
Es relevante en estos pacientes la realización de un
fondo de ojo, ya que la presencia de tubérculos a nivel
de la coroides es patognomónico.
Recordar
que el aislamiento de BAAR en los hemocultivos con la
técnica de lisis-centrifugación en pacientes con
infección por HIV y tuberculosis es mayor que en
pacientes no HIV con tuberculosis diseminada.
En
numerosas series se describe el rédito elevado del
aislamiento por histopatología de muestras biópsicas
hepáticas (91 – 100 %) en comparación con el rédito en
la médula ósea (31 – 82 %) y transbronquial (72 – 63
%).
Como
hacíamos referencia previamente, el otro gran grupo de
patologías a descartar son las neoplasias hematológicas
de origen clonal. Estamos hablando de la leucemia
mieloide crónica, que pertenece al grupo de los
síndromes mieloprolierativos crónicas, junto con la
policitemia vera, la trombocitosis escencial y la
mielofbrosis con metaplasia mieloide.
Esta
entidad representa el 15 – 20 % de los casos de leucemia
en adultos, con predominio en el sexo masculino y con un
promedio de edad de los 50 años. Como factores
predisponentes sólo se describe la exposición a
radiaciones ionizantes y el benceno, aunque raramente se
identifican estos tóxicos.
Se
caracteriza por la producción descontrolada de
granulocitos maduros, predominantemente neutrófilos,
aunque también puede presentar tanto eosinofilia como
basofilia.
Presenta
tres fases a lo largo de su desarrollo:
Fase
crónica (85 % al diagnóstico): gran aumento del pool de
los progenitores, seguido de leucocitosis en sangre
periférica, y habitualmente trombocitosis. La fosfatasa
alcalina presenta valores anormalmente bajos y la
signo-síntomatología es inespecífica como náuseas, dolor
abdominal, esplenomegalia (48 – 76 %), hepatomegalia,
hiperplaquetosis (15 – 34 %), pérdida de peso y en
algunas oportunidades signos de sangrado secundario a
disfunción plaquetaria. Hasta un 50 % de los pacientes
se encuentra asintomático al momento del diagnóstico,
con el hallazgo incidental en el laboratorio.
Un signo
característico de la LMC es el hiato leucémico que es la
presencia del gran porcentaje de mielocitos con respecto
a los metamielocitos maduros.
Durante
esta fase, el estudio histopatológico de la médula ósea
evidencia hiperplasia granulocítica, incremento de la
fibrosis reticulínica y de la vasculatura, aunque estos
signos no son patognomónicos.
Inevitablemente en el transcurso de 3 a 5 años, la fase
crónica progresa a la fase de aceleración en un 45 % de
los casos; o lo que es más habitual (55 %) que
evolucione directamente sin la fase previamente
mencionada a la crisis blástica, la cual se comporta
como una leucemia mieloide aguda. Presenta una tasa de
sobrevida media de 12 meses en aquellos pacientes que
presentaban una segunda fase crónica postratamiento y de
6 meses en aquellos que no. Los criterios de crisis
blástica son:
·
Blastos > 20 % en SP o >30
% en MO
·
Blastos + Promielocitos >
30 % en SP o >50 % MO
·
Presencia de infiltración
blástica extramedular
·
Nuevas anomalías genéticas
(60 -80 %)
El
diagnóstico de este tipo de entidad hematológica se basa
en la conjunción del cuadro clínico, los hallazgos
mencionados del laboratorio, como la leucocitosis con
desviación hacia la izquierda, o la presencia de formas
inmaduras de la serie granulocítica en sangre periférica
como en médula ósea, los valores por debajo del límite
normal del índice de la fosfatasa alcalina y la
detección por genética molecular de una traslocación
característica entre los cromosomas 9 y 22, llamado
cromosoma Philadelfia. Esta translocación da lugar a la
unión del oncogén ABL del cromosoma 9 y el oncogén BCR
del cromosoma 22, originando una fusión anormal oncogen
BCR-ABL, también relacionado a esta enfermedad.
Brevemente quisiera mencionar dos entidades, por
presentar características que la diferencian de la LMC,
que si bien se encuentran íntimamente relacionadas,
pertenecen a una interposición de síndromes
mieloproliferativos crónicos/síndromes mielodisplásicos:
·
Leucemia mieloide crónica
atípica: es denominada a aquella displasia granulocítica,
aunque de manera imperfecta por la OMS por carecer del
gen fusión BCR-ABL. Generalmente presentan menor tiempo
de sobrevida, pobre respuesta a la terapéutica, y
progresa con incremento de la leucocitosis,
trombocitosis, organomegalia, infiltrados
extramedulares, y en algunos casos no progresan a
leucemia aguda. Pobre respuesta al tratamiento y menor
tasa de sobrevida.
·
Leucemia neutrofílica
crónica: esta entidad también carece del gen fusión BCR-ABL,
caracterizado por hiperplasia de granulocitos maduros
tanto en sangre periférica como en médula ósea,
hepatoesplenomegalia y a diferencia de la LMC, el valor
de la fosfatasa alcalina se encuentra elevado. La
sobrevida es corta, con efectividad errática a la
terapéutica y en algunos responden a la administración
con interferón.
El
diagnóstico de la leucemia mieloide crónica se realiza
mediante:
·
Citometría de flujo
·
Citogenética e
Inmunofenotipificación
·
Genética molecular (PCR)
Las
herramientas para la leucemia mieloide crónica son:
·
Trasplante alogénico
de médula ósea. Potencialmente
curativo en pacientes jóvenes en fase crónica con tasa
de remisión de hasta el 60 % a los 4 años. Requiere de
un donante HLA idéntico compatible. Algunos autores lo
plantean en la fase acelerada y crisis blástica como
variable terapéutica.
·
Inhibidores de la Tirosincinasa como el imatinib
mesilato que inhibiría la proteína que regularía la
producción de células neoplásicas hematológicas. Este
fármaco permite el control de la enfermedad durante
períodos prolongados aunque no es curativo. Es la 1er
opción en la fase crónica, con elevada remisión
hematológica y de los síntomas. También se utiliza en el
seguimiento post trasplante.
·
Citotóxicos como la Hidroxiurea – Interferón alfa, con
altas tasas de remisión hematológica, mejoría de los
síntomas y signos (esplenomegalia). Actualmente en
desuso, serían una opción ante la imposibilidad de las
opciones anteriores.
Como conclusión, con la demostración del cromosoma
Filadelfia, creo que debiéramos darle certeza a este
cuadro con el análisis por genética molecular de la
presencia del oncogen BCR-ABL, y luego en conjunto con
servicio de Hematología indicar el comienzo de
tratamiento con imatinib mesilato.
Como otras conductas planteo si el cuadro infeccioso no
fuera aislado en la anatomía patológica de la médula
ósea, evaluar diagnóstico por estudio histopatológico
hepático.
También considerar:
·
Control y tratamiento de ambas patologías infecciosas
oportunistas.
·
Control del medio interno.
·
Retomar tratamiento antirretroviral.
·
Apoyo psicopedagógico.
·
Evaluación del trasplante de médula ósea.
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