Evidencia y experiencia.
La experiencia del médico y la capacidad de reconocer enfermedades a partir de enfermos previamente asistidos, basándose en el razomiento abductivo, son habilidades que han sido muy desacreditadas en los últimos años. La denominada Medicina Basada en la Evidencia (MBE), fundamentada en los hallazgos obtenidos de grandes poblaciones, ha tendido a restar trascendencia al conocimiento originado en observaciones particulares. Lo que resulta evidente no necesita confirmación, es decir, lo que salta a la vista no requiere ser demostrado. La palabra evidencia nos hizo caer en una trampa lingüística. La voz inglesa evidence en este contexto no debe traducirse como evidencia y la expresión Evidence Based Medicine, en español significa en realidad Medicina Basada en Pruebas. De todas maneras, si bien muy útiles y valiosas, las conclusiones y hallazgos de los grandes ensayos clínicos, tienen algunas limitaciones a la hora de ser trasladados a pacientes individuales.
En primer lugar se trata de aproximaciones estadísticas solamente aplicables a poblaciones. Así, por ejemplo, los factores de riesgo no deben ser entendidos como factores causales de enfermedades sino como asociaciones, cuya modificación podrá o no afectar al paciente individual en función de numerosas variables (conocidas y desconocidas), y deberá por tanto, ser investigada y su efecto demostrado.
En segundo término, el paciente en cuestión puede no reunir las características de la población estudiada en los grandes ensayos, por lo cual tal vez hubiera sido excluido de ellos. Extrapolar los resultados en forma automática y directa, se constituye así en una falacia.
Combinar con criterio resultados de ensayos clínicos (MBE) con aquilatada experiencia médica parecería ser la mejor estrategia y de tal forma la antinomia debería ser reemplazada por la complementación.